Ignacio Camacho-ABC
- Sánchez empieza a temer que Yolanda Díaz crezca, como ocurrió con Más Madrid, a costa de las expectativas socialistas
Con la derecha al borde de la mayoría absoluta en todas las encuestas no es razonable pensar que la enésima pelea interna del Ejecutivo vaya a hacer sonar tambores electorales. Ninguno de los dos partidos de la coalición puede permitirse desbaratarla sin riesgo constatable de que ambos acaben en la calle. Es cierto que la tensión existe y que tiene como fondo la perspectiva de las urnas, pero no está cerca un final adelantado de la legislatura. De momento se trata de un pulso de influencia, si acaso más duro que las anteriores escaramuzas porque Yolanda Díaz quiere marcar perfil propio para empujar su candidatura. Y Sánchez está envuelto en una duda: por un lado necesita, para albergar alguna posibilidad de reelección, que Podemos mantenga o incremente un poco sus expectativas, y por otro empieza a temer que eso ocurra a costa de las del Partido Socialista. La vicepresidenta segunda está crecida, segura de sí misma, y los pronósticos despechados -e interesados- de Iván Redondo le han hecho venirse arriba. En el equipo monclovita cunde una incipiente desconfianza hacia la simpatía que la sucesora de Iglesias despierta más allá de sus filas, entre esa izquierda posmoderna que ya aupó en Madrid a Mónica García.
La refriega por la contrarreforma laboral, como la del diputado condenado por el Supremo, son parte de ese juego de mutuos tanteos. Lo más probable es que haya acuerdo en torno a una derogación parcial que no encrespe a los socios europeos: algún retoque para devolver a los sindicatos el poder sobre los convenios y blasonar de que se ha cumplido un compromiso del pacto de Gobierno. En ese sentido, tal vez Nadia Calviño haya llevado su oposición demasiado lejos; a estas alturas debería saber que su jefe siempre acaba cediendo cuando los aliados le ponen cara de perro. Si se ha tragado el sabotaje de Otegi al aniversario del final de ETA sin un mal pestañeo es difícil que aguante este tirón por mucho tiempo. Podemos lo sabe y aprieta; ya tiene experiencia en tensar la cuerda y ganar el reto sin llegar a romperla. El mayor problema puede venir de Bruselas; habrá que ver si Calviño está dispuesta a defender allí una política que le provoca reticencias serias.
Vendrán más sacudidas a medida que se aproxime el término del mandato. Y quizá una ruptura, unilateral o concertada, porque a los dos partidos les conviene acudir a las elecciones distanciados. La novedad consiste en que el desgaste del presidente parece haber reabierto la pugna por el liderazgo que la moción de censura cerró hace tres años. Con razones objetivas o sin ellas, la izquierda radical vuelve a soñar con el ‘sorpasso’ y el PSOE titubea entre achicarle el espacio o ampliarle el plano para sumar masa crítica de respaldo. Y aunque Sánchez sea un superviviente nato va a empezar a comprobar que en política el verdadero adversario siempre es el del mismo bando.