En el estreno del curso recuerdo haber saludado con cierto alivio la elección de Isabel Perelló como presidenta del CGPJ. El criterio que llevó la a la misma, ser mujer y progresista, no la convierten en un genio del Derecho, pero se comprenderá mi alivio si pensamos que con los mismos criterios pudieran haber aupado a Ana Ferrer o Pilar Teso.  Ayer pudimos ver a Perelló en su sitio, tras el exabrupto del golfo de La Moncloa dedicó a los jueces en el copetín de Navidad, afirmando que acosan a su Gobierno, que “algún juez está contribuyendo a la oposición y que el PP juega con cartas marcadas”.

Yo no le quitaría la razón al presidente en algún caso concreto. Si lo sabrá él que debe su cargo al juez José Ricardo de Prada, que metió aquellas morcillas de Sotopalacios (llevaban pimentón) en la sentencia de la Gürtel declarando probada la existencia de una caja B del PP. No era lo que se juzgaba y el Tribunal Supremo consideró excesiva la afirmación del juez, que éste sí, contribuyó a la oposición del PSOE. Eso era connivencia de la política, no con la judicatura en general, sino con un juez amigo. Tanto que contribuyó a ser la peana para que Sánchez y su fiel Ábalos, Virgen Santa, apoyaran la moción de censura contra Rajoy. Por corrupción. Proyección se llama la figura.

Perelló ha terciado y ha terciado bien en defensa de los jueces recordando que su independencia es un pilar del Estado de Derecho. Alerta del “grave daño institucional que supone su cuestionamiento generalizado y permanente”.

No somos conscientes de la gravedad de los actos de este sátrapa en su camino hacia la dictadura personal, después de acabar con los controles en su partido, ignorar los del poder legislativo y combatir con tanto empeño al poder judicial. “Vamos a colaborar con la justicia”, dijo y ni él ni su mujer aceptaron declarar ante el juez, contra el que plantearon dos querellas cada uno. Anunció transparencia y declaró materia secreta hasta los gastos de la parienta.

En esto, la augusta pareja está fiel, perrunamente acompañada por el indesmayable Bolaños, que acusaba a la ultraderecha de pervertir la acusación popular, señalando que “la campaña de acosocontra políticos progresistas y sus familiares, y en particular contra el presidente del Gobierno es evidente”. Recuérdese que lo más parecido a la defensa de Bego Pillafondos por esta tropa era que la acusación era de una organización ultraderechista, Manos Limpias. Esta misma organización fue la misma que sentó en el banquillo a la Infanta Cristina, sin que nadie de izquierda dijera ni mú. Qué gentuza.