Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 5/10/11
C omo tantas cosas perversas, el chovinismo necesita para vivir de un medio infecto. En uno sano, moral o éticamente, ese «patriotismo fanático», «exaltación desmesurada de lo nacional frente a lo extranjero» de que habla el diccionario, tiene apenas posibilidad de anidar y progresar. Son, de hecho, numerosos los casos de comunidades diferentes (por historia, religión o procedencia) que han pasado, de la noche a la mañana, de vivir juntas en paz y en armonía a matarse con saña criminal tras haber hecho presencia la peste del chovinismo nacionalista en sus manifestaciones más extremas: del racismo a cualquier otra forma de odio al diferente. La memoria del drama yugoslavo seguirá ahí durante decenios para que nadie olvide adónde puede llevar el delirio de asignar a las personas vicios o virtudes colectivas.
Con la excepción de ETA y sus amigos -la más clara expresión de odio al otro que hemos sufrido en la España democrática-, en nuestro país estamos, por fortuna, curados de tan estúpida locura, aunque ello no impide que salten de vez en cuando señales de alarma sobre las que sería poco responsable no llamar de inmediato la atención.
Y es que una de las consecuencias que ha tenido el renacimiento (en general, la pura invención) de las identidades regionales que el Estado de las autonomías ha traído de la mano ha sido esa susceptibilidad sobre lo propio que ha llegado a adquirir en ciertos casos caracteres patológicos.
Salvo con los chistes de leperos, ya nadie puede en público hablar en España de los estereotipos locales o regionales (cutres los catalanes o gallegos, brutos los maños, vagos los andaluces) por miedo a que se organice una tangana formidable, en la que se implican dirigentes políticos, medios de comunicación, instituciones y partidos. Cuando la verdad es que tanto esos estereotipos como la desmesurada reacción ante aquel a quien se le ocurre utilizarlos responden a lo mismo: a ese tosco chovinismo que cree que todos los gallegos, catalanes o andaluces son iguales… para bien o para mal.
Artur Mas dijo el otro día una soberana tontería -que a los niños coruñeses y sevillanos que hablan castellano se les entiende mal-, lo que pone de relieve, o bien que jamás ha estado en A Coruña o en Sevilla, lo que parece imposible, o bien, lo que resulta más probable, que en lugar de Mas habló por él su chovinismo.
Sus palabras constituyen, sin duda, una patochada, pero no mucho mayor que la que supone ver rasgarse las vestiduras a presidentes de esto o de lo otro o a consejeros y ministros, que recurren al mismo chovinismo que Mas para obtener similares resultados: echarse un montón de votos al zurrón.
Solo hay que ser adulto y haber viajado un poco para saber que, por fortuna, salvo en las sociedades tribales, hay de todo en todas partes.
Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 5/10/11