ALFONSO GALINDO / ENRIQUE UJALDÓN, EL MUNDO – 21/07/14
· Los autores aseguran que defender la España constitucional no es nacionalismo, sino reivindicar al ciudadano Sostienen que el federalismo, que reclama igualdad entre las partes, jamás será aceptado por los nacionalistas.
¿Qué tienen en común Mario Vargas Llosa, Arcadi Espada, Nicolás Redondo, Andrés Trapiello, Fernando Savater o José María Fidalgo? Todos comparten la preocupación por el secesionismo impulsado por el nacionalismo catalán. Ellos, y otros muchos, presentamos el día 15 el denominado Manifiesto de los libres e iguales. En el mismo, se advierte del peligro del nacionalismo y se reivindican los principios constitucionales de libertad e igualdad. Se trata de una iniciativa apartidista que pretende servir de canal de expresión y de fomento de un sentimiento que es mayoritario en la sociedad española, a saber: que la convivencia en libertad e igualdad es un bien ejemplarmente procurado y protegido por la Constitución y que, si bien ésta es revisable y mejorable, ello no puede hacerse bajo chantajes.
Que a estas alturas del siglo XXI sea urgente que personas tan diversas como Albert Boadella, Joaquín Leguina, Carmen Iglesias, Félix de Azúa o Cayetana Álvarez de Toledo, además de los citados y otros muchos, firmen un manifiesto así, es prueba de la bisoñez de nuestra cultura política, pero también de ciertos déficits políticos y morales de la sociedad española. Los primeros firmantes, creemos que dicho estado no es ni natural ni irreversible. El nacionalismo lo ha tenido todo a su favor. Se ha beneficiado de los complejos de culpa de una España que intentaba liberarse de la herencia franquista. Ha contado con la voluntad de la mayoría de los ciudadanos de fortalecer la comunidad de afectos forjados a través de una difícil pero enriquecedora historia en común. Se ha aprovechado de una ley electoral que los ha fortalecido en sus territorios y, por último, ha usado la existencia de ETA para presentarse como los nacionalistas buenos frente a los malos.
Todo ello ha determinado dos actitudes relacionadas: la permisividad con el nacionalismo y el avergonzarse de España. Ambas remiten a respuestas propias de una democracia incipiente que trataba de alejarse del nacionalismo español impuesto por la dictadura concediendo amplio espacio a los nacionalismos periféricos sofocados por aquél. Hoy, sin embargo, la principal fuente identitaria de España no es de índole folclórico mítica, sino que se nutre de los factores propios de las democracias liberales, a saber: el imperio de la ley y los principios de libertad e igualdad de todos los ciudadanos. En concreto, leyes máximamente garantes de la pluralidad. Con dicha evolución, la presencia de idearios políticos nacionalistas de viejo cuño se ha convertido en un atavismo y, lo que es peor, en un factor de desafección y de quiebra de la convivencia.
Por todo ello, defender la España constitucional no nos sitúa en el mismo plano que los nacionalistas, porque para nosotros las naciones no preceden a los ciudadanos que las constituyen. En la España actual, la más inclusiva de nuestra Historia, ha llegado la hora de combatir al nacionalismo, tanto conceptual como políticamente, recuperando el terreno que se le concedió en otra época y acabando con el sobredimensionado protagonismo que ha adquirido.
No tenemos nada que objetar a las propuestas federalistas que se están exponiendo al debate público. Bienvenidas sean. Pero se equivocan quienes reivindican el federalismo como procedimiento jurídico político que sirviese de salida o expresión al ideario nacionalista. El federalismo es incompatible con el nacionalismo, ya que aquél reclama una igualdad entre los estados federados que jamás aceptaría un nacionalista. El federalismo constituye una estrategia de tradición liberal (la dispersión del poder gubernamental) que, unida a otras como el constitucionalismo y la división de poderes, tiene por fin evitar la inflación estatalista.
El nacionalista, por el contrario, tiene por objetivo multiplicar el número de Estados, además de remitirlos a la organicidad de un orden concreto, un pueblo mítico y esencial que está más allá y por encima de los ciudadanos concretos y reales. Ello explica que al nacionalista no le baste con la articulación autonómica española, ya un estado federal bajo otro nombre. Y también explica por qué el nacionalista no va a saciarse jamás con un aumento de las competencias cedidas por el Estado.
La perplejidad que ha suscitado en muchos una iniciativa como la de Libres e Iguales, o la dificultad de ubicarla sin remitirla a un partido, oculta algo más que mera falta de dinamismo civil o de cultura política ciudadana. También hay temor a tomar la palabra, a verse señalado por criticar el nacionalismo y defender la unidad de España. A ello también pretende resistir la plataforma, consciente de que el nacionalismo no es una planta natural sino inducida por años de irresponsable dejación de unos e interesada manipulación de otros.
Alfonso Galindo y Enrique Ujaldón son coautores de La cultura política liberal (Tecnos, 2014).
ALFONSO GALINDO / ENRIQUE UJALDÓN, EL MUNDO – 21/07/14