IGNACIO CAMACHO-El País

  Para evitar el ciberpucherazo sólo hay que cumplir la ley que ordena un escrutinio general completo y a mano

PARA evitar el temido pucherazo electrónico, que los hackers de Putin han convertido en amenaza mitológica posmoderna, sólo hace falta cumplir la ley. La ley electoral, la LOREG, en concreto su Sección 15, artículos del 103 al 108, donde se habla del escrutinio general que debe celebrarse tres días después de las votaciones. Es muy sencillo: se reúne la Junta Electoral de zona, abre los sobres de las mesas y coteja los resultados con los del recuento provisional de la noche de los comicios. Ahí no hay ciberpirateo que valga. Están los miembros de la Junta, bajo supervisión judicial, los apoderados de las candidaturas y el público que asistir quiera. Y en los sobres están las actas reales de la elección, firmadas por los componentes de cada mesa –ciudadanos elegidos por sorteo– con la conformidad de los interventores de los partidos. Esas son las células de la democracia, el mecanismo elemental, con contrapesos humanos para asegurar su imparcialidad, de emitir votos, contarlos y luego volverlos a recontar para revisar posibles fallos. Fácil, ¿verdad? Pues no se cumple.

Y no se cumple por pereza. Porque por mero hábito las juntas electorales han sentado el criterio rutinario de no revisar más que las mesas en que se hayan producido reclamaciones de parte. Para el resto se dan por buenos los resultados transcritos y transmitidos electrónicamente por los empleados de la empresa de tratamiento de datos contratada por el Gobierno, un personal administrativo que no representa al pueblo soberano. Esos datos provisionales, procesados por ordenador, pueden contener errores normalmente involuntarios. No los controlan los miembros de las mesas y por tanto no son oficialmente válidos hasta que no los certifiquen las juntas en el acta final de recuento. Sólo que éstas, por maldita costumbre, en la mayoría de los casos lo hacen sin mirarlos. Teniendo la obligación estricta, imperativa, de supervisarlos en su integridad, por arduo que sea –que lo es– el trabajo.

Si esa tarea se efectúa como está prescrito y protocolizado, no es menester ningún ciberblindaje ni ningún simulacro preventivo como el que ayer se llevó a cabo. Eso afecta al escrutinio provisional, el de la noche de las elecciones, pero sólo el definitivo es válido. La democracia está en los sobres de las mesas, los que registran el cómputo real de sufragios, no en el centro de tabulación de datos. Y sólo el organismo jurídico correspondiente, la junta electoral, tiene la capacidad legal de ratificarlos.

Es un proceso lento, sí, y engorroso: un auténtico coñazo. Pero no tiene trampa ni cartón ni lo puede interferir nadie desde un ordenador lejano. Lo inventaron, igual que el sistema democrático, nuestros antepasados, y con el tiempo sus garantías de control y limpieza se han ido depurando. Cúmplase, pues, la ley en éste y en todo los casos: escrutinio general sobre por sobre. A mano.