Miquel Escudero-El Correo
Perder el miedo a reconocer errores es imprescindible para que la vida social y la personal mejoren. Solo un ambiente respetuoso lo facilita, allí donde se rechace la crueldad de querer hacer daño con saña y donde se afirme con decisión una voluntad de mesura, de verdad y de concordia. Todos los ciudadanos estamos llamados a propiciar un ambiente así; por humildes que seamos, nuestra acción es insustituible.
Del lema de la Revolución Francesa «libertad, igualdad y fraternidad», el último término es hoy el menos empleado; a menudo queda sustituido por el de solidaridad. Sin embargo, reivindicar el sentido de la fraternidad es clave para la convivencia y el progreso. Los vínculos solidarios entre personas de distinta clase social, distinta tribu o nación son posibles, emotivos y razonables, rompen barreras deshumanizadoras. Más allá del origen familiar, territorial o ideológico, el concepto ‘ciudadano’ es liberador, igualitario y puede ser fraterno. No está todavía suficientemente explorado y se echa en falta que una fuerza política lo encarne con plenitud y coherencia.
Tocqueville habló de la importancia de «unir los esfuerzos de mentes divergentes», un empeño que es básico para cualquier empresa ambiciosa. Unidos por la condición humana, se hace posible ver la pluralidad como algo normal y deseable. La proporción de habitantes de Europa que no han nacido donde ahora residen es cada vez mayor. ¿Cómo abordar la heterogeneidad en una sociedad organizada, siguiendo los principios de la democracia y la dignidad humana? La convivencia es factible con voluntad de acuerdo e integración, con afán de libertad, igualdad y fraternidad.
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