Sólo los muertos ‘verifican’

F. PARA LA LIBERTAD, 26/02/14
ANTONIO R.NARANJO

«Un hombre sin ética es una bestia»
Albert Camus

Hay gente tan dispuesta a que termine el terrorismo, que incluso está dispuesta a decirlo aunque sea mentira. Sí, están aquellos que parecen añorar los tiempos duros, como si no matar fuera irrelevante y casi fuera mejor lo anterior; pero están esos otros que aceptan pulpo como animal de compañía y aplauden con las orejas la impostura, el empate, el borrón y cuenta nueva, el aquí paz y después gloria.

De éstos vamos a hablar, que no son pocos, pero sí cobardes. Con un preámbulo: el terrorismo, como la tiranía, no consiste sólo en matar. Esto es el clímax de un fenómeno que no empieza ni termina con las armas y que, en el caso de Euskadi, lo hará cuando a decenas de miles de vascos les dé vergüenza premiar en las urnas a los cómplices de los verdugos en lugar de a las víctimas de 40 años de plomo.

Esta exigencia no es baladí, y de hecho parece insuficiente para muchos, porque tolera la existencia de Bildu, Batasuna, Sortu, Amaiur o cualquiera de las cabezas de la misma hidra casposa, amoral, bárbara. Me explico: cuando no se mata, es imposible ilegalizar a 300.000 personas dispuestas a votar eso. Se puede y debe perseguir individualmente a cualquiera de los majaderos relativistas que profanen las puntillosas leyes sancionadoras del terrorismo o de su exaltación; pero no es verosímil ilegalizar a todos esos tíos y tías capaces de ir a las urnas con tales papeletas: la victoria consistirá en que no quieran hacerlo, movidos por un elemental sentido común y una decencia que no ha existido en décadas de tolerancia, complicidad e indiferencia.

Aclaro esto, consciente de que no gustará a los votantes en cuestión ni a buena parte de la sociedad vasca, lo que en sí mismo constituye una prueba de su enfermedad: en un entorno sano, no haría falta pedir que, cuando cesen los disparos, no se castigue a quienes ponían las nucas ni se aplauda a quienes se las reventaban. Menos contexto, pues, que en este asunto todo es texto, bien simple: o estás con las víctimas, o estás con los verdugos. Punto.

Pero tampoco gustará a quienes sostienen la necesidad de ilegalizar a todos los partidos abertzales y a quienes, que suelen los mismos, consideran humillante todo esto para las víctimas. Un apunte, reiterado, sobre lo último: como creo que el fin de la violencia es un éxito de ellas, antes que de nadie más; y como a la vez estoy convencido de que esto no terminará hasta que a la derrota policial le acompañe otra política; en mi humilde opinión a las víctimas hay que decirles otra cosa: que la victoria parcial es suya y que, sin ésta, la total era imposible. Tan injusto es decirles que esto ha terminado ya como que nada bueno ha pasado: no por generosidad de los sinvergüenzas, sino por el heroico sacrificio suyo y la robustez del Estado de Derecho. Y de ellas, sobre todo.

Ayudaría mucho, para lograr esa complicidad de los muertos y sus seres queridos, haberse ahorrado sentencias infames como la de Estrasburgo (nadie pide que se incumpla; sólo que hubiera sido otra igual de legal: bastaba con que ese Tribunal hubiera suscrito la lectura jurídica suscrita por el Constitucional, el Supremo y la Abogacía del Estado), pero en todo caso ésta es la lectura a mi juicio correcta.

La otra sólo añade sufrimiento gratuito y coloca a las víctimas en un escenario que, gracias a su impagable sacrificio, hemos superado; mientras las perdemos para otro –tan trágico como el anterior, pero sin sangre- en el que su liderazgo moral es imprescindible: situarlas en una batalla que ya han ganado resta valor a su pasado; considerar que la guerra ya se ha ganado sólo porque no maten, equivale a tratarlas de estorbo. Unos se confunden, en fin, al dar por zanjado el fenómeno del terrorismo; y otros al no entender que, acalladas las armas, todo lo demás sigue abierto y hay que vencerlo con autoridad moral, razón democrática, contundencia ética, rotundidad política y tutela judicial si es preciso.

Y aquí llegamos al primer párrafo. A la ‘Comisión de verificación’, recibida por Urkullu y aceptada por los socialistas vascos. Nadie la ha nombrado ni reconocido salvo los propios terroristas; y su pantomima, si tuviera gracia, podría inspirar al genial Gila para un monólogo sobre la violencia similar al célebre sobre la guerra.

Hay demasiada gente, en fin, dispuesta  a suscribir una idea de paz degradante, a ganar tiempo como sea, a cerrar en falso este capítulo para ver si, así, se estabiliza la convivencia. “Como ya no matan…”, vienen a decir, para justificar la sistemática bajada de pantalones y para convertir la derrota de las armas infligida por la democracia en una renuncia generosa de los armados.

Conceptualmente esto es intolerable. Pero además es poco práctico. El terrorismo no es sólo la violencia física, como la agresión sexual no es sólo la violación. Es sólo un parte, la más visible, grave e irreversible; pero no la única. Vencer a esas ideas, deslegitimar a quienes en nombre de ellas crecieron, desmontar el contaminado ecosistema de Euskadi y provocar en la sociedad vasca un sentimiento colectivo de bochorno y arrepentimiento es crucial. Por razones de justicia y de decencia, pero también para evitar que algún día la sangre vuelva a correr.

Si al dejar de sonar las balas el premio es para los que disparaban; es probable que los hijos y nietos de los pistoleros se sientan algún día llamados a la heroica cruzada de sus ancestros cuando la patria, de nuevo, vuelva a necesitarlo. No es venganza ni justicia sólo, en fin, lo que nos estamos jugando en este momento. Es un futuro sin terrorismo, armado o no, u otro que haya transformado en sistema la pólvora sin descartar usarla cuando sea menester.

Las verificaciones, en fin, las hacen los muertos. No los asesinos.

Antonio R. Naranjo , Director de Editora Regional de Medios