La turba admira a los fogosos y tiene a los serenos por indolentes, al decir de Séneca. No es el caso de Alfonso Rueda, que acaba de lograr algo que demóscopos y politólogos casi le negaban hasta hace unas horas. Ha revalidado la mayoría absoluta de su partido, la quinta consecutiva, en unas circunstancias que barruntaban naufragio. El desliz de su padrino sobre la amnistía, a seis días de las urnas, se recibió como la antesala del cataclismo. «No falla, este PP siempre la pifia en la última semana de campaña», coreaban los sabiondos. No conocen a los gallegos, en cuyo himno se retrata algo más que una idiosincrasia: una actitud ante la vida. Reza una de sus estrofas que «sólo los ignorantes, los fieros y duros, imbéciles y oscuros no nos entienden, no». Algo sospechaba Sánchez, forzado por Puigdemont a hacer el imbécil, a incurrir en la vileza, a chapotear permanentemente con la indignidad. Aplazó (mediante madama Francina) el debate parlamentario sobre la amnistía para que no interfiriera en las elecciones gallegas. Imposible disimular la ignominia. El perdón a los golpistas catalanes actúa como el corazón delator de Poe. Por más que lo quieren sepultar -a veces, incluso pretenden ensalzarlo por lo de la convivencia y el reencuentro- siempre emite su sonido acusador.
Feijóo no se apeó ni un instante de la campaña. Lo arriesgaba todo en la apuesta. Su estabilidad y hasta su continuidad, es decir, su supervivencia. Algunas voces de Génova le animaban a apartarse, para evitar salpicaduras en caso de estropicio. Espíritus melifluos que, cuando se tuerce el combate, huyen. El líder popular se la jugó. Con errores y alguna tontada, descartó abandonar el campo de batalla y combatió con firmeza hasta el último segundo. Sánchez puso al frente de su cartel a un anodino Besteiro y, consciente de su derrota, lanzó toda su artillería a favor de las huestes separatistas. Pontón se soñó en la cúspide de la Xunta. Tanto le babeaban las cacatúas del movimiento, tanto le jaleaban los medios orgánicos, que a la musa del leninismo con grelos se le puso cara de diosa de la victoria.
El PSOE renegaba hasta de su candidato y se encomendaba a Rodríguez Zapatero, quien, con su sonrisa imbécil y ese gesto tedioso que tienen los profetas en domingo, desgranaba burletas de monologuista bobales por las aldeas gallegas
La serenidad de Alfonso Rueda, esa ‘templanza’ que aconseja el gran narciso a sus socios separatistas, ha redondeado un resultado que, por momentos, tremolaba inseguro en los augurios de las vísperas. Mantuvo impertérrito su rumbo, habló de la amnistía cuando tocaba, evitó un debate que nada le aportaba, anunció un sólido programa para su región, que, a la postre, es de lo que se trata y, sobre todo, mostró lealtad a sus siglas y a su electorado, algo que la izquierda es incapaz de asumir. Pontón renegaba de la autodeterminación (que abre su programa electoral) y el PSOE renegaba hasta de su candidato, de sus siglas y se encomendaba a Rodríguez Zapatero, quien, con su sonrisa imbécil y ese gesto tedioso que tienen los profetas en domingo, desgranaba burletas de monologuista bobales por las aldeas gallegas.
La izquierda erró la jugada. Se presentó dividida, como en Andalucía, como en tantas comunidades, y lo ha pagado. Por quinta vez, la derecha revalidó su imperio en el más firme bastión del conservadurismo español, junto a Madrid, y le sacudió el primer manotazo frontal a la amnistía, eje sobre el que gira el accionar del sanchismo desde el 23-J, cuando también perdió. En Ferraz han acusado el golpe. Su caudillo, ese gran cobardón, evitó acudir junto a los suyos en la velada tenebrosa. Alejará el trompazo de su arrogante perfil, lo arrojará sobre las espaldas de sus cuadros, tan inútiles como serviles, y seguirá negociando con la canalla xenófoba para amarrar los presupuestos y proseguir en su legislatura, lo único que le importa.
El PP deberá también corregir su rumbo, enveredar su estrategia. Su rival ha devenido en enemigo, a ver si se enteran, no es un partido de Gobierno, es una máquina de la traición que lo mismo dinamita la Carta Magna que se abraza a los cofrades del terror. La derecha controla ya la mayoría del mapa territorial mientras el PSOE apenas conserva el timón manchego, con el falsario Page al frente, y la irreductible Asturias. Navarra es otra cosa, casi Bildu.
Lo ocurrido este 18-F, luego del funeral de las generales, es la señal de que es posible derribar el proyecto de la España plurinacional y balcánica que el sanchismo apoya y aventa. No caben cordialidades con los socialistas, como no es posible tampoco pensar en entendimientos con Junts, ni es razonable acercarse a los hipócritas sacristanes del PNV y no hablemos de la escoria de Bildu o ERC. En las urnas gallegas ha retumbado el clamor de la libertad y se expande ya por toda España. Hay que plantarles cara con fiereza, como ha hecho Rueda en Galicia, como tocará hacer en las elecciones vascas, en las europeas, en las catalanas. El PP tiene que despejar sus dudas y sacudirse algunos mohínes lloricones, esos titubeos de adolescente temeroso para afrontar el desafío que el destino ha puesto en sus manos. Una derrota en Galicia habría sido la antesala del corredor sin retorno, la voladura de un proyecto común que va para los cincuenta años. Los gallegos acaban de demostrar que, como dice su himno, solo ‘los imbéciles y los oscuros no nos entienden’ y que todavía se puede encarrilar el angustioso rumbo de una democracia cercada y hostigada por el odio y el rencor y evitar la tragedia a la que conduce esa infame pesadilla llamada Pedro Sánchez.