Miquel Giménez-Vozpópuli
La orquestada ola de vandalismo en respuesta a ese execrable crimen está demostrando lo poco que es nuestra civilización y hasta que punto se ha estupidizado, llegando a límites increíbles. La imagen de artistas, pseudo artistas, palanganeros de la falsa intelectualidad o gente de buena fe y nulo espíritu crítico postrados de hinojos es el retrato de este mundo que nos ha tocado sufrir. Que todos aquellos que braman por las calles gritando “puta policía” para después arrasar con un súper, un humilde comercio de barrio, la tienda de Louis Vuitton o un mega centro de Apple, agrediendo salvajemente a quienes les plantan cara, son el ejército del crimen es evidente. Que sus amos nos quisieran a todos de rodillas ante sus planes, también. Que se le cae a uno el alma a los pies viendo cómo soldados de la Guardia Nacional norteamericana se arrojan a los pies de esos manifestantes es desolador. Que veamos imágenes de mujeres besando las botas a esos guerrilleros urbanos es de vómito.
Los que fraguaron esta ordalía en el Foro de Sao Paulo, bien pagados por Soros y la plutocracia internacional, pueden sentirse satisfechos. Tras minar el espíritu democrático en Europa y apartar de la política a quienes sentían una robusta creencia en la libertad, se encuentran con el camino expedito para su super estado mundial, en el que solo habrá dueños y esclavos, ricos y pobres, dirigentes y masas adoctrinadas, eso sí, felices de seguir las consignas so pena de excomunión social. Es el neo comunismo, la utopía de millonarios decadentes y con pose izquierdista que hablan del pueblo pero son incapaces de dejar propina al camarero o hacer un contrato a su empleada del hogar.
De lo que se trata es de intoxicar a una sociedad ágrafa que ni lee ni le interesa leer y coaccionar por la vía violenta a quienes se oponen a esa dictadura blanqueada de justicia de sofá»
Recordemos, para aquellos que se jactan de su filiación comunista, que esa terrible ideología ha dejado tras de sí millones de asesinados en todo el planeta a lo largo de su siniestra andadura. En esa África que tanto preocupa a los bienquedas pijo progres, unos treinta millones, muerto arriba o abajo. Y en España, unos cien mil en zona republicana. Pero usted puede pasearse con una hoz y un martillo en la solapa y nadie le dirá nada, aunque la Unión Europea haya puesto a la ideología roja al mismo nivel que la hitleriana. De lo que se trata es de intoxicar a una sociedad ágrafa que ni lee ni le interesa leer y coaccionar por la vía violenta a quienes se oponen a esa dictadura blanqueada de justicia de sofá, adhesión a manifiesto y repetición cacatuesca de la consigna.
Nadie de esta ralea se arrodillará por el vil asesinato del capitán de policía jubilado David Dorn, también negro, de setenta y siete años, que había acudido en auxilio de un amigo suyo propietario de una casa de empeños. Un balazo, disparado por un joven blanco, y a otra cosa. Y su agonía grabada por un móvil insensible e impermeable a la más mínima noción de humanidad. Nadie se arrodillará por aquellos que, también de rodillas, son asesinados cortándoles la cabeza a manos del ISIS. Nadie se arrodillará por quienes pasan hambre, miseria y enfermedades en los países sudamericanos en manos de narco gobiernos pretendidamente izquierdosos. Tampoco he visto a ninguno de estos arrodillarse por las víctimas de ETA, al contrario, aclaman como héroes a los asesinos y se sientan a pactar con ellos. Ellos, de pie y orgullosos, nos quieren al resto de rodillas, temerosos, suplicantes por pecados que nunca cometimos. Quieren hacernos sentir culpables, quieren que reconozcamos que somos racistas, fascistas, machistas. “El violador eres tú”, dicen.
Pues bien, yo no me arrodillaré ante la horda. Mi empatía hacia la víctima siempre existirá, ante todas y cada una, sean blancas, negras, mujeres, hombres, de esta o aquella creencia e ideología porque todos somos cadáveres potenciales en manos del primer asesino que se crea con el poder de quitarte la vida. Pero de rodillas, solo ante Dios. Si me dejan escoger, ante el Cristo de Lepanto o el de la Buena Muerte. Mi padre me enseñó que, de rodillas ante otros hombres, nunca. Jamás.
Y, citando al poeta, si me muero que me muera con la cabeza bien alta. Humillaciones, ni una.