Del Blog de Santiago González
Zapatero puso las bases del sanchismo con tres aportaciones clave: el entierro del acuerdo que animó la transición al revelar a los españoles cuánto nos une el odio a los de enfrente, su portentosa gestión de la crisis de 2008 y su no menos asombroso don de la hermenéutica. Acuñó la frase fundacional en 2005: “Las palabras han de estar al servicio de la política y no la política al servicio de las palabras”.
Pocas veces se ha formulado una consigna más representativa del socialismo new age. Con Zp el PSOE entró en la era Acuario y en ella sigue el doctor Sánchez. Seguí con atención la interpelación de C.A.T. a Carmen Calvo y su exactísima advertencia: “las palabras pesan, tienen un valor. Son la esencia de la democracia”. Era la antítesis de ZP. Sin embargo, no hay motivos para la esperanza, Cayetana. La tropa de enfrente es iletrada, ágrafa, orgullosamente analfabeta, tía. Debe de ser la tradición oral.
Con Sánchez y su tropa no hay posibilidad de diálogo. No comparten nuestro diccionario, las palabras tienen para ellos significados imprevisibles, diferente es la manera de relacionarlas y distintas también las reglas que las unen para formar estructuras más complejas, eso que los españoles del común hemos convenido en llamar sintaxis. Es comprensible Sánchez haya puesto de segunda a una mujer que desconoce el peso de las palabras. También ignora su significado y el juego que establecen entre sí.
Ella venía historiada en este aspecto. Recordarán cuando decía que el español “está lleno de anglicanismos”. Era ministra de Cultura. Se estrenó como tal anunciando una exposición sobre el 400 aniversario de El Quijote, para la que iba a “nombrar coordinador a Francisco Rico, porque la palabra comisario no se compadece con la cultura”. Committere commissus, pobre Corominas. No acertaba ni con las frases hechas. Al presentar el premio Cervantes de aquel 2004, dijo: “don Gonzalo Rojas ha sabido coger la vida como un rábano por las hojas”. Justo por donde no toca. El propio Cervantes se llevó lo suyo. Ella estaba contra la guerra de Irak “porque todavía sigue viva una vieja relación con el mundo árabe. Cervantes, sin ir más lejos, estuvo en Argel, en Orán (en calidad de preso). Tenemos que estar atentos a nuestra historia para saber quiénes somos”. ¿Y cuando explicó que ella era “muy tomista y le gustaba meter el dedo en la llaga”? ¿Qué más le daba Tomás el Gemelo, pescador galileo del siglo I, que Tomás de Aquino, teólogo siciliano del XIII?
Que dos presidentes escogiesen a esta mujer, para ministra de Cultura el uno, y vicepresidenta el otro, es prueba inatacable de la decadencia intelectual, política y moral de España. De ahí para abajo, todo el Gobierno es un catálogo de incompetencias, una cuadrilla de alfabetización tardía. ¿Cómo extrañarse de que el ministro de Justicia no sepa lo que quiere decir ‘constituyente’?
Las palabras son la materia prima de la democracia. Y también de la verdad. Su magreo conduce a la mentira y al totalitarismo. O a justificar la corrupción. El popular Egea hizo dos preguntas a Pablo Iglesias. La primera fue si seguía considerando que las puertas giratorias eran una forma de corrupción, (por el podemita Cristóbal Gallego en Enagás). “La respuesta es sí”, dijo el macho alfa de la pantera de Galapagar. Podría haber rematado: Si quiere se lo repito en inglés. La verdad, la mentira, la corrupción, qué más dará todo, cuando se guían por la enmienda de Zp al Evangelio de San Juan: “No es cierto que la verdad os hace libres. Es la libertad la que os hace más verdaderos”. Son libres, invencibles, inexpugnables, ante cualquier discurso lógico. Alberti no pudo imaginar lo predictivo de su ‘Nocturno’ tantos años después, cuando vuelven a estar heridas de muerte las palabras. Eso es todo.