Luis Ventoso-ABC
- «No sabemos», la coletilla de nuestro referente contra el virus
Es una duda clásica, que se repite en el mundo empresarial, el de la ciencia y el de la creatividad artística: ¿Qué es preferible: un borde que sea un soberbio profesional o alguien encantador que al final resulte un mediocre y apenas aporte? Lo ideal sería combinar los dos valores positivos, porque se puede ser un genio y al tiempo una buena persona y de talante agradable. Pero si no se puede tener todo, casi mejor un cabroncete de aportación sobresaliente, tipo Steve Jobs, a un cordialísimo incompetente (aunque lo peor de todo es cuando se combina maldad con medianía, algo bastante recurrente).
Fernando Simón, referente sanitario español contra el coronavirus, reapareció ayer tras su asueto surfero, seguramente merecido (otra cosa es si oportuno en pleno repunte). La melenilla revuelta lucía más dorada y un tonillo rosáceo tonificaba su palidez. Como siempre, hizo gala de su tono educado, cordial y reposado, y se le vio de excelente humor, regalándonos incluso un par de risitas. Pero tras seguir su rueda de prensa me quedé pensando que tal vez su bonhomía, que lo ha convertido hasta en fetiche de camisetas del «progresismo», esté distrayéndonos de una evaluación rigurosa de su labor. Y toca acometerla, porque España se juega mucho en su acierto o desacierto (de entrada, la salud, y acto seguido, el bolsillo, pues un segundo confinamiento nos daría la estocada). Las coletillas recurrentes de Simón fueron las siguientes: «No lo sabemos», «no tenemos la seguridad», «no podemos comprobarlo», «no es fácil tomar medidas», «no tengo datos para comparar». Tras semejante retahíla de excusas, el más rupestre sentido común trajo a mi cabeza una pregunta indelicada: si no ve nada claro, ¿para qué tenemos a ese señor ahí?
España es un gran país del primer mundo, con altísima profesionalidad en muchos campos, desde el programa de trasplante de órganos a la extraordinaria velocidad y solvencia de nuestros recuentos electorales. ¿De verdad no tenemos estadísticos capaces de recontar los muertos de la epidemia? ¿De verdad Simón y su comité de sabios -secreto, en contra de la ley- no pueden establecer comparativas serias y fiables sobre cómo marcha la enfermedad en España y en otros países europeos? ¿De verdad no existe una solución al choteo de que los datos de contagios de las comunidades sean totalmente contradictorios, y mucho mayores, que los del Gobierno? ¿Es serio que el gran sabio inicie su comparecencia diciendo que «el virus circula ahora con menos intensidad», y que cuando un periodista asombrado le pregunta más tarde por el tema, Simón responda que «si lo he dicho no quería decirlo»? ¿Para qué sirve una eminencia sanitaria incapaz de concluir si España está sufriendo o no una segunda ola del coronavirus («es difícil de valorar», fue su respuesta)? ¿Qué utilidad tienen contestaciones como «me gustaría pensar que no» cuando le preguntan si deben adoptarse medidas coercitivas ante los desmanes lúdicos?
Siento decirlo, pero Simón nos deja una sensación de rigor y solvencia similar a la de un CIS de Tezanos. Pero eso sí: es encantador. Y motero.