EL PAÍS 14/12/16
EDITORIAL
· Romper o quemar fotos del Rey es un acto incívico y lamentable, no un delito
Romper fotografías del Rey o quemarlas no debe convertirse en una victoria de la CUP en su presión a las autoridades catalanas y en la pugna que mantiene contra los que considera prácticamente sus archienemigos, el conjunto de los españoles. Las gamberradas son lo que son: actos inciviles, por más solemnidad de la que pretendan rodearse sus autores, que suponen estar en condiciones de hacer tambalearse a España a base de provocaciones.
No se debe apagar el fuego echándole gasolina. Hay que dejarse de mandar a la fiscalía y a la Audiencia Nacional a todo provocador deseoso de proyectarse a la fama tras vivir unos minutos de gloria patrióticos. Carece de sentido perseguir judicialmente las groserías y los actos inciviles como si fueran ataques insufribles al sistema constitucional. Sus autores no están en condiciones de ponerlo en riesgo; la prueba reside en que diversas oleadas de alborotadores no lo han logrado en 38 años. El verdadero riesgo es que termine arrastrando a la justicia a la espiral de acción y reacción que pretenden desencadenar los provocadores.
Cuestión distinta es la tajante condena cívica y política que merece el acto de quemar fotos del jefe del Estado o de romperlas. Y ahí no ha estado a la altura el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, quien sostiene que no se debe “criminalizar” a nadie por quemar una foto o romper una bandera, puesto que se trata de ejercitar la libertad de expresión. Pero no se trata de atacar las creencias de los provocadores, sino el medio incivil que tienen de manifestarlas, particularmente grave cuando se lleva a cabo en sede parlamentaria. De ahí la contradicción en la que incurre también la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, silente tras la irrespetuosa ruptura de fotos del jefe del Estado llevada a cabo en la Cámara, un acto contrario a la actitud de respeto exigida a los diputados por el código de conducta de la propia institución.
Todo este incidente se produjo tras la detención de tres activistas de la CUP por los Mossos d’Esquadra, en cumplimiento de una orden del juez después de que los requeridos se negaran a comparecer por una quema anterior de fotos del Rey. A los nacionalistas se les ve preocupados por la reacción de sus socios anticapitalistas. El sector representado por Puigdemont, gente en general bien educada, tendría que reflexionar sobre si tiene algún sentido dedicar parte de sus energías a buscar justificaciones a los diversos actos inciviles que se les vayan ocurriendo a los radicales, no vaya a ser que tales socios se enfaden tanto que hagan tambalearse al propio Gobierno catalán.
Unas actitudes minoritarias caerían en saco roto si no contaran con el apoyo de las autoridades catalanas. La tibieza con la que estas responden instala la idea de que se vive una ofensiva sin precedentes y de que el diálogo intentado por el Gobierno no tiene sentido. Sin embargo, lo que realmente demuestran los últimos acontecimientos es que el magma independentista no es un único y poderoso adversario, sino varios diferentes y cada vez más confusos.