- El indulto es una herramienta para la impunidad de sus socios delincuentes, sean líderes golpistas o carne de cañón antifa
Se está poniendo todo bastante desagradable. Consolidando una nueva etapa de su metamorfosis en Frente Popular de los años treinta, el Gobierno no deja de alertar contra una inexistente amenaza del fascismo mientras indulta a una gentuza condenada por reventar con violencia los actos de Vox y agredir a la Policía. El indulto es una herramienta para la impunidad de sus socios delincuentes, sean líderes golpistas o carne de cañón antifa. ¡Qué no harán con esa prerrogativa en clave sectaria los que aprobaron una amnistía ilegal para desmentir de plano cuanto dijo el Rey un tres de octubre! Sucede que uno se hizo monárquico (hasta entonces era accidentalista) precisamente por aquel discurso en el que Felipe nos dijo que no estábamos solos. Nos lo dijo a un segmento de españoles cuyo rasgo característico es estar solos. Durante unos días pareció que no. Éramos los catalanes cómodos con nuestra españolidad. En fin, el tiempo pasó y es indiscutible que estábamos y estamos solos. Más solos que la una. Solos y desamparados, insoportablemente solos.
El Rey habló, el día del espejismo, con firmeza y claridad. Pero lo más importante, lo que me hizo pasar del accidentalismo al monarquismo fue el paradójico plus de una omisión. Solo la valoramos en su momento aquellos que siempre hemos estado solos: no era posible encontrar en el magnífico discurso real ni un solo guiño a la podrida burbuja político-mediático-empresarial catalana. Por leve que hubiera sido el guiño, los de Godó, y TV3, y TVE en Cataluña (que es peor), y toda la calderilla provinciana habrían tergiversado el mensaje del Rey, habrían dado a los golpistas la esperanza de un conchabe. Ni siquiera pronunció una palabra en catalán. Hay que ser muy sutil, conocer muy bien el paño, porque lo normal es considerar que el catalán es tan mío como de Puigdemont. Y así es. Solo que los de Puigdemont han abusado de esa mi segunda lengua hasta pringarla, achatarla, abaratarla, desvirtuarla, ideologizarla.
Una frase, una mera despedida en catalán, en ese concreto discurso, habría ido en portada en La Vanguardia, vendida así: «El Rey lanza un guiño a Cataluña». Donde «Cataluña» significa el separatismo catalán, y bajo la premisa de que el idioma catalán no nos concierne a los catalanoparlantes antinacionalistas, que en realidad somos unos colonos o unos traidores, y que hemos perdido el privilegio de llamarnos catalanes. ¡Quedaos el privilegio y… por retambufa! Como fuere, así de hábil fue un Rey que habla catalán y cuya hija la Princesa lo pronuncia como una catalana de soca-rel. Por eso, señor, me saltaron las lágrimas: por fin España, en su símbolo, hacía lo que debía. Por eso me puse en pie para escuchar el himno. Por eso me hice monárquico y dejé el accidentalismo. Por desgracia, los voraces años sanchistas han confirmado, sin atisbo de duda, que sí estábamos solos. Suerte que me trasladé a Toledo para sentirme entre compatriotas. Fue de lo mejor que he hecho en la vida. Pero siguen allí solos, señor.