Ignacio Camacho-ABC
- Montero apenas puede ocultar su condición subalterna en una negociación desarrollada al margen de sus competencias
El gran mercantilista Manuel Olivencia solía contar con retranca el modo en que Juan de la Rosa, fundador de la Caja de Ahorros de Ronda, le explicó las claves de su negocio. «La banca sólo consiste en el fondo en trincar la ‘tela’ de golpe y soltarla poco a poco». Así, también de «a poquito», como dicen en Sudamérica, es como pretende el Gobierno cumplir el pacto fiscal catalán suscrito con ERC a cambio de sus votos, y así lo va relatando también María Jesús Montero a medida que los socios reclaman el precio de su apoyo. Una mañana entera estuvo la ministra en el Congreso para informar del asunto sin un solo detalle concreto, pero veinticuatro horas después parece haber descubierto que se trata de ceder primero el IRPF y luego, en un horizonte temporal indefinido, los demás impuestos. Es decir, de supeditar el desarrollo del acuerdo a la duración del mandato entero, no vaya a ser que la contraparte se olvide de su compromiso una vez obtenido el botín completo.
Lo anunciaba ayer Montero tan ufana, como si fuese una rebaja. Pero resulta que el gravamen sobre la renta representa, junto a las cotizaciones sociales, más del 60 por ciento del total de la recaudación tributaria. No está mal para empezar la andadura de la financiación ‘singular’ catalana, trasunto mal encubierto del sistema paccionado vigente en el País Vasco y Navarra. Sobre todo teniendo en cuenta que al resto de las autonomías no le van a traspasar nada –ni falta que hace– y que lo que de verdad va a recibir el Principado es un trozo sustancial de la estructura orgánica de España. Entregarlo por tramos no minimiza la gravedad de un trato que implica la ruptura del mecanismo de solidaridad interna del Estado y salta sobre el elemental principio democrático de igualdad de los ciudadanos. Tan sólo constituye una manera de avalar la nueva estrategia del procesismo, que es la de camuflar el chantaje como diálogo para ir arrancando la soberanía a plazos.
Lo que apenas puede ocultar la vicepresidenta es su papel de subalterna en una negociación oficiada al margen de sus competencias. Hace lo que puede: relata los pormenores cuando se los cuentan a ella, que antes de la investidura de Illa rechazaba en redondo cualquier propuesta siquiera parecida a lo que ha acabado obteniendo Esquerra. En alguna parte, personas de confianza de Sánchez trapichean con los separatistas a cencerros tapados y después le pasan el apaño a Hacienda para que encuentre soluciones técnicas. Que parezca un concierto pero no lo sea o que lo sea pero no lo parezca, y en todo caso que resulte una salida de mutua conveniencia. O sea, que permita a unos vender su logro y a otros ganar tiempo en el poder hasta que Puigdemont decida si de mayor quiere pintar algo o seguir de prófugo. Lo único claro es que el papel firmado dice que, de golpe o poco a poco, al final la ‘tela’ hay que transferirla del todo.