Debo confesar una tentación irrefrenable. Tanto, por lo menos, como la de Manuel Vicent a dedicar una columna al comienzo de la temporada taurina. Ya puestos, le acompaño en el sentimiento por la concha de oro con que el festival de San Sebastián ha premiado ‘Tardes de soledad’, el monumento documental que Albert Serra ha esculpido para Roca Rey. A mí me pasa con el Alderdi Eguna, ese homenaje que todos los años se hace a sí mismo el PNV el último domingo de septiembre.

Los más añosos del lugar recordarán que al principio era solo el Aberri Eguna, el Día de la Patria, que retomó después de las primeras elecciones democráticas la costumbre de celebrar la gran fiesta nacionalista en el día de la Pascua de Resurrección, que era el día en que el hermano de Sabino le “sacó de las tinieblas extranjeristas” revelándole que él no era español como venía creyendo erróneamente, mientras paseaban por el jardincillo de la casa familiar, que hoy es la sede del Euskadi Buru Batzar. Fue aquella la primera celebración en libertad, con unidad y una participación multitudinaria. Esa fue la clave de que aquel mismo año, el PNV, un perseverante fugitivo del lugar de los consensos, decidiera celebrar una fiesta solo para ellos, solo para el partido. Y así nació el Alderdi Eguna, con la misma celebración errática que el Aberri, sin otra concreción en la fecha que el último domingo de septiembre.

El Aberri Eguna se ha quedado en casi nada, un millar de asistentes al mitin de la plaza Nueva  y algunos menos a la comida  posterior. Es muy notable que el lema del Aberri 24 ha sido ‘Indar Berria’, o sea Fuerza Nueva, lo que viene a revelar la desmemoria del partido sobre la transición. El del Alderdi Eguna celebrado ayer era ‘Alderdia Gara’, (Somos el Partido) en una confesión de antonomasia que revela una cierta querencia totalitaria. Se celebró, como es habitual en los últimos años, en las campas de Foronda, aunque con asistencia menguante.

Hubo mucha gente en todo caso, todo el partido institución, consejeros, viceconsejeros directores asesores, diputados etc. hay mucho jornal ahí, con una curiosidad medioambiental predominante, qué va a ser del partido en los tiempos inmediatamente venideros, que el presidente Andoni Ortuzar soslayó con su poco de carnaza, mostrando a su público y leyendo párrafos significativos del acuerdo firmado por él con Pedro Sánchez el pasado mes de noviembre. O sea, derecho a decidir, reconocimiento nacional de Euskadi o cualquier otra manifestación sinónima, todo minuciosamente preparado: el responsable de comunicación alertó a los medios e hizo un gesto al orador para indicarle cuando debía mostrar el documento. Era irse por las ramas, pero no era momento para hablar de las vicisitudes de un partido que ha perdido en favor de Bildu. el liderazgo en Guipúzcoa y Alava y está en dificultades en Navarra.

Tal vez el problema esté en que no siguen a sus mejores ejemplos. Ortuzar había dicho la víspera: “En el ADN del PNV están la frase de Aguirre, el gesto de Ajuriagerra, el acierto de Arzalluz, la fortaleza de Ardanza, la dignidad de Ibarretxe y la entereza de Urkullu”. Se le olvidó Josu Jon Imaz, el jelkide más homologable en términos democráticos y el más competente para el negocio.