ABC 04/03/15
LUIS VENTOSO
· Lo peor no es ya el chavismo ni las ideas de bombero, sino el desprecio a su país
NO les falta de nada para hacerse querer. El soniquete perdonavidas de yo soy politólogo, más listo que tú y hasta me he leído la solapa del manual de Piketty, el «Manifiesto Comunista» y un opúsculo del padre Eduardo Galeano. La falta de respeto a las legítimas ideas de los demás. La arrogancia cargante de ir de campeones antes de jugar el partido (la soberanía nacional ya no reside en el Parlamento, sino en los saraos de Pablo en el teatrillo del Círculo de Bellas Artes). El obsoleto catecismo postcomunista, que solo tiene una utilidad, abominar de él rápidamente, como hizo el inteligente Lula (al que le fue bien), y como no hacen los cracks bolivarianos, cuya contumacia en el error se traduce en miseria, crimen y represión.
Sigamos, porque lucen todavía más encantos. Las cuchipandas y coyundas pecuniarias con la satrapía venezolana. El insufrible tono Actors Studio que lo impregna todo, con ese líder –el más inteligente de todos ellos, eso sí– que se ha empollado al milímetro la estética del Jesucristo de Pasolini y quiere redimirnos a todos, incluso a los que no queremos ser redimidos, porque preferimos un Gobierno de funcionarios a uno insensato y con agenda represiva oculta. El ventajismo de jugar con dos teles comerciales soplando a popa. El absurdo de sus ocurrencias económicas en plan tómbola. El gran destape moral que ha supuesto ver que cuando la corrupción llamó a su puerta eran como todos y se apresuraron a culpar al enemigo exterior, como Franco. Pero siendo notable todo lo anterior, lo que los hace de verdad enojosos es su desprecio constante a su propio país. Nada va bien ni se hace bien en España. Jamás se les oirá un comentario positivo sobre su nación, o sobre los logros de sus ciudadanos (a los que rebajan a «gente», expresión que pretenden próxima, pero que empieza a sonar a despotismo ilustrado). El líder de mirada trascendente, el profeta vallecano que levita por la escena como el Cristo de Pasolini, afirmó en la televisión del régimen caraqueño que allí, en la meca mundial del asesinato callejero, el desabastecimiento y la hiperinflación, hay grandes lecciones para España. ¿Qué credibilidad tiene quien denigra a un estable país del primer mundo como España para poner como ejemplo a un Estado fallido?
Inglaterra, ejemplar en tantas cosas, también tiene sus pelos en la nariz. En algunos aspectos no le llega a la suela del zapato a España (por ejemplo, en el colchón de afecto familiar intergeneracional que mantenemos en el Sur). Ayer se supo que en un bonito hospital público universitario, en el Noroeste de Inglaterra, las prácticas del servicio de obstetricia eran tan lamentables que entre 2004 y 2013 murieron once bebés y una parturienta. Además, se sabía desde 2008 que aquello era un caos, pero las autoridades se inhibieron durante años. Una comisión independiente ha aireado el escándalo. Los padres afectados han agradecido la verdad y el Gobierno promete mejorar los servicios. En la España «podemizada» habríamos tenido mareas verdes, amarillas, violetas y doradas… escraches, encierros en los hospitales, y por supuesto, a Pablo pregonando en tres tertulias contra otro abuso de la casta.
Pero noticias así no son comunes en España, porque el servicio de salud público, en teoría desmantelado ya al completo por Mariano manostijeras, es ejemplar, y aunque se cometen errores, como en toda obra humana, es de los más competentes del planeta. Pero eso jamás lo reconocerán Pablo y los otros profesores asociados que lo circundan, porque su lema es sencillo: pase lo que pase, somos un asco. Y eso empieza a ser simplemente imperdonable.