Pío García-El Correo
- Lo que tiene este hombre que aguantar por nuestro bien
Eran las cinco y el presidente no había comido. ¡La epopeya de este héroe asombroso no tiene final! Los periodistas preguntando tonterías, que si Cerdán, que si Koldo, que si el dinero, y el estómago incordiándole, haciéndole ruiditos, reclamando ya cualquier cosa: un gazpacho, un rodaballo, un pincho de tortilla… ¡Las cinco y sin comer! Lo que tiene este hombre que aguantar por nuestro bien. Esto no pasaba ni en las épocas del Peugeot, cuando Koldo sacaba la guía Campsa e iba marcando de mitin en mitin las mejores tabernas. Luego el pillín le guiñaba el ojo a Ábalos, pero solo ahora atamos cabos.
¿De qué hablarían en aquel Peugeot? Tal vez de Hannah Arendt o de Simone de Beauvoir, escritoras que parecen muy del gusto de Cerdán, pero que a Koldo y a Ábalos seguramente les recordarían a otras Hannahs y a otras Simones, filósofas de catálogo y salto de cama, intelectuales carnales que se enrollaban que te cagas y a las que había que apuntarles el nombre por si luego, quién sabe, había hueco en Adif. Quizá pararan en las gasolineras a comprar casetes de Arévalo. ¿Cómo iba a Pedro a pensar que aquellos tres mocetes, tan sanotes y nobles, que contaban unos chistes verdes graciosísimos, tramaban cosas turbias?
El Manual de Resistencia tiene un límite y son las cinco de la tarde. Pudo haber comparecido Pedro con el maillot ciclista e ir tomando geles cada poco para que no le pillara la pájara (la pájara fisiológica, no Margarita Robles), pero no lo hizo y en el turno de preguntas le entró hambre. Las travesías del desierto son admisibles en términos puramente metafóricos, pero no se han puesto las cosas tan mal como para no echarse al menos una cañita y un bocadillo de calamares.