Isabel San Sebastián, ABC, 12/3/12
Las de todos los españoles. Las que contienen con su dolor los embates de la barbarie encarnada en etarras o yihadistas
DEBERÍA caérsenos la cara de vergüenza a todos los españoles ante el espectáculo de la Asociación de Víctimas del Terrorismo teniendo que salir a la calle para recabar la ayuda de los ciudadanos de bien dada la situación de indigencia en la que se encuentra. (www.avt.org es la página web a través de la cual pueden seguir haciéndose los donativos). En este país en el que, pese a la crisis, hay subvenciones abundantes para sindicatos, patronal, partidos, traducción simultánea en el Senado, rotulación del cine americano en catalán, fundaciones ideológicas de PSOE, PP y nacionalistas, y un sinfín de pesebres varios, resulta que escasea el dinero para proveer de fondos a la única organización que se encarga de proporcionar asistencia psicológica, jurídica y material a todas las personas que han tenido la desgracia de toparse de frente con el terror, sin exclusión de credos, procedencia o militancia. La única que empezó a hacerlo hace treinta años, gracias en gran medida a la cuestación llevada a cabo por ABC entre sus lectores, cuando a esta gente se la escondía para que no empañara la imagen perfecta que se quería dar de nuestra transición. La única que se ha mantenido inquebrantablemente firme en la defensa de la justicia, la dignidad y la memoria, por encima de coyunturas políticas o de intentos de soborno, que los ha habido; me consta.
Debería caérsenos la cara de vergüenza, porque esas víctimas son nuestras víctimas. De la primera a la última. Tanto las asesinadas o mutiladas en el alma o en el cuerpo por ETA como las que ha dejado tras de sí el fanatismo islamista. Son víctimas de la brutalidad desplegada por los terroristas con el fin de doblegar la voluntad de esta Nación. Víctimas de nuestra determinación a no ceder a ese chantaje, aunque en demasiadas ocasiones tengamos la sensación de que su sacrificio fue en vano, ya que quienes tenían y tienen la responsabilidad de mantener a salvo la posición que ellas defendieron a tan alto precio dejaron y dejan que los asesinos rentabilicen sus crímenes, permitiéndoles gobernar instituciones en el País Vasco y otorgándoles la condición de interlocutores válidos. Víctimas del empeño de unos pocos por hacer añicos la libertad de la que disfrutamos la mayoría.
Debería caérsenos la cara de vergüenza porque cada una de esas víctimas, cada una de esas lágrimas, cada uno de esos huérfanos es una piedra angular del edificio democrático que nos cobija. Por eso son nuestras víctimas. La de todos los españoles. Las que contienen con su dolor los embates de la barbarie encarnada en etarras o yihadistas.
En países que creen en sí mismos, como los Estados Unidos de América, se honra a los caídos por la patria de mil maneras distintas que van desde la recreación de sus hazañas en series o películas de ficción hasta los homenajes públicos. Aquí se las desprecia negociando con sus verdugos, echando tierra sobre su derecho a conocer la verdad, mancillando una fecha tan emblemática como la del 11-M para convocar una protesta sindical y escatimándoles unos recursos que necesitan imperiosamente para poder seguir desarrollando una tarea sin la cual las viudas condenadas a pensiones de miseria, los que demandan con toda la razón justicia, quienes no han logrado superar su pérdida, llorarían un llanto mucho más amargo aun.
Debería caérsenos la cara de vergüenza. Y a mí, como española, se me cae.
Isabel San Sebastián, ABC, 12/3/12