Miquel Giménez-Vozpópuli
- Así considero a muchos dirigentes políticos. Miserables. Muy miserables. Extremadamente miserables. Miserables sin remisión
Entiéndaseme. Les aplico el epítome en tanto que acepción de ruines y canallas. Porque ni son desdichados, ni abatidos ni infelices, como especifica el diccionario de la RAE, y tampoco parecen tacaños –al menos en lo que respecta a otorgarse sueldos mayúsculos– ni mucho menos extremadamente pobres. Ahí tienen los haberes declarados por el binomio Iglesias-Montero. Tampoco parecen dignos de compasión, puesto que ellos no la tienen con nosotros. Les llamo miserables por sus actos, por su manera de proceder, por su tremendo egoísmo, por su falta de sentido del Estado, por su desfachatez. Porque miserable es no querer dimitir como Marlaska cuando la justicia te ha dicho en toda la cara que lo que hiciste con el coronel, para mí general, Diego Pérez de los Cobos era una injusticia y, si me apuran, una prevaricación terrible máxime cuando se trata de un honrado e íntegro servidor público. Miserable es marcharse de vacaciones a las Baleares como Ábalos o a Doñana, un suponer, por parte del presidente. Miserable es fingir que dimites de vicepresidente como Iglesias para mejor servir a los más necesitados dejándote atado un sueldo astronómico y un puesto en el Consejo de Estado. Y es miserable soltar cada día mentiras y más mentiras sobre la vacunación en Madrid como hacen los medios del régimen, y miserable también es actuar como Tezanos, divulgando encuestas prefabricadas en las que se miente más que se habla.
Es miserable ser presidenta de un Parlamento, como Borrás, para sojuzgarlo a la idea de solo una parte de los catalanes y, además, una parte no mayoritaria. Es miserable que nadie dimita por el escándalo del SEPE. Es miserable que la hostelería en Barcelona esté desangrándose día a día, Colau, y usted no mueva ni un solo dedo para ayudarla prefiriendo gastarse los millones de todos en sus estúpidas obsesiones con vaginas, okupas y maleantes. Es miserable, señor Gabilondo, pasarse el día criticando a Ayuso y su apoyo a la hostelería para luego ser cazado por los fotógrafos comiendo tan ricamente en una terraza de Madrid. Igual de miserable que ver como su hermano, Iñaki, se baja de un avión porque el cuerpo le pide vacaciones. Es del todo miserable que usted, ministro Ábalos, se escude en la seguridad nacional para no aclararnos el oscuro y hediondo asunto de las maletas de Delcy. Tan miserable como la ley Celaá, como ver a Illa dar leccioncitas en Madrid o saber que Bruselas no se fía de que los fondos europeos vayan a ser bien gestionados por este Gobierno.
Todo eso es miserable porque quienes detentan la responsabilidad de gobernarnos son unos miserables que, para colmo de los colmos, están encantados de conocerse y de haberse colocado tan estupendamente en poltronas y moquetas
Es miserable lo que dice a diario en sus editoriales lo País, es miserable que se postule a Pepe Antich, la bien pagá, como futuro director de TV3, es miserable que se coloque al secretario general del partido comunista al frente de la agenda 2030, sea lo que sea ese chiringuito, cuando ha dicho públicamente que es partidario de “liquidar” al Rey. Es miserable que mientras muchos políticos como Rufián o bastantes ministros no hayan trabajado en su vida o no se les conozca oficio alguno existan cientos de investigadores del CSIC que pordiosean para poder disponer de unas probetas, trabajen desde la precariedad más absoluta y cobren unos salarios de vergüenza.
Pero lo más miserable en esta selva poblada de depredadores del presupuesto público es que Torra siga cobrando su pensión como expresidente, que Puigdemont sea quien orquesta la política catalana desde su butaca confortable de Waterloo, que el PNV diga que le han de dar más competencias o que se estén acercando, otra vez Marlaska, a asesinos de niños a sus casas a cambio del apoyo de los Bildu etarras. Y es tanto o más miserable que esto se produzca en un país en bancarrota, sin apenas estructuras productivas útiles, con una clase media destrozada, con enfermos y muertos que forman parvas y con una desigualdad social cada día más abismal.
El día que nos inhibamos de nuestra responsabilidad como ciudadanos conscientes nosotros también pasaremos a formar parte de esa cohorte de miserables indignos. No lo hagamos
Todo eso es miserable porque quienes detentan la responsabilidad de gobernarnos son unos miserables que, para colmo de los colmos, están encantados de conocerse y de haberse colocado tan estupendamente en poltronas y moquetas. Ahora bien, todo esto sería insoportablemente miserable si la gente normal, la que no pretende medrar ni llevárselo crudo, no reaccionase ante tamaña tropelía. El día que nos inhibamos de nuestra responsabilidad como ciudadanos conscientes nosotros también pasaremos a formar parte de esa cohorte de miserables indignos. No lo hagamos. No lo hagan. No lo permitamos.
He vuelto. Y lo he hecho empezando por decirlo alto y claro: son unos miserables.