Arcadi Espada-El Mundo
DICEN los actuales dirigentes de una cosa llamada Pdecat que la sentencia del caso del Palau no les afecta. Que Convergencia ya no existe. Tienen toda la razón. Profundamente. Ni existe ni existió nunca. Convergencia fue una ilusión a la que llamaron catalanismo político. Un educado movimiento civilizador, tocado de lo mejor de la modernidad, liberal pero compasivo, socialdemócrata sin esclerosis, europeísta, lo mejor de España. Un movimiento basado en la defensa de una identidad social y política, pero que tenía un irrevocable lugar donde ejercerse, que era España y, específicamente, la España constitucional, a la que manifestaba una lealtad que adoptaba con frecuencia la forma de una controlada reivindicación. Mientras gobernó en Cataluña durante más de dos décadas, Convergencia fue la prueba del nueve de la España de las autonomías y el espejo donde se miraban muchos políticos locales. Convergencia, en fin, fue la expresión de una comunidad cohesionada, ¡convergente!, que se contaba entre las más adultas, razonables y envidiadas de Europa.
Nada de todo eso fue verdad. Nunca. Lo único verdadero fue la ingenua admiración de los que lo creyeron. La actividad real de Convergencia fue sorda y sucia y estuvo siempre guiada por un objetivo supremo, que era el de la destrucción sigilosa del Estado. Repito: tiene razón el llamado Pdecat. Él no es el sucesor de la Convergencia convencionalmente considerada. Él es el sucesor, la continuidad pura y dura, finalmente exhibida, de un movimiento sin nombre ni registro, corrompido en los medios y, sobre todo, corrompido en los fines. Algunas gentes beatas aún se preguntan, a veces en las columnas de los periódicos, de dónde ha salido Carles Puigdemont y todo lo que Puigdemont supone. Se lo preguntan como si se tratase de un advenimiento, de una encarnación fantasmal y repentina. Y es que no quieren afrontar lo que fue realmente Convergencia, el grado de su fanatismo simpático, la potencia de su adoctrinamiento sin tregua, el éxito extremo de una prolongada operación de propaganda cuya primera misión fue la de engañar radicalmente sobre sí misma.
La sentencia del Palau ocupará grandes titulares, pero tiene una relativa importancia. Sobre la corrupción económica del catalanismo todo quedó dicho el 26 de julio de 2014 cuando Jordi Pujol y Soley confesó quién era. Sobre la corrupción moral del catalanismo la fecha es la del pasado 21 de diciembre cuando en una Cataluña rota dos millones de alienados xenófobos demostraron lo que eran también. La convergencia de esa doble mentira. Eso fue todo.