ABC 19/05/17
HERMANN TERTSCH
· Vuelve un igualitarismo que impone conductas y sentimientos, reprime voluntad y exige sumisión
LA presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, presume de tener solo 900 euros en la cuenta corriente. También de no tener patrimonio, pese a sus más de cinco lustros de vida laboral. Algunos pensarán que se organiza mal si no tiene una reserva mínima para un gasto extraordinario. Y que si tan mal se organiza en casa, no podrá hacerlo mucho mejor fuera. Eso sería una reflexión propia de una lógica vetusta y ajena al Zeitgeist y las rubias progresistas. Hoy, lo conveniente es presumir de pobre. Y de orígenes pobres, si paupérrimos, mejor. Ahí tienen a los candidatos socialistas en la carrera de primarias disputándose la niñez más menesterosa. «Yo tuve una infancia muy modesta». –«La mía mucho más»– «¡Pues anda que yo! Toda esta pretensión de orígenes pobres, sean ciertos o no, solo son una estafa más de la impostura ya permanente de los políticos de las democracias europeas. La pretensión de pertenecer a los más desfavorecidos se produce en la España de hoy en muy diferentes formas y lleva a límites grotescos. Como los de la familia de Pablo Iglesias, supuestos perseguidos del franquismo y en realidad privilegiados por el empleo público y cuantiosas prebendas del régimen de un Franco que antes había perdonado la vida y la cárcel a su abuelo y lo instaló en la clase media pese a su siniestra andadura como comisario político del batallón Margarita Nelken. O todos los «niños de papá» que dirigen Podemos como las Serra, la desasistida Rita Maestre o ese Ramón Espinar que habla de sí como «hijo de obrero» y es un mimado y tramposo cachorro del sistema con privilegios hasta en la Tarjeta Black de su padre. La impostura es sangrante en esta nueva era de adoración de la Igualdad como Bien Supremo. La igualdad es el instrumento más eficaz del totalitarismo.
Hay un concepto de igualdad que ha sido una bendición para la especie humana. La igualdad entre los hombres hechos a semejanza de Dios es el concepto fundamental cristiano que hizo posible la evolución de la sociedad occidental hacia una cultura con la dignidad, individualidad y libertad del ser humano como principal referente. Después de diversos ensayos, algunos terroríficamente fallidos, quedaba demostrado que el sistema político que mejor garantiza la corrección de errores y abusos contra el individuo es la democracia. Sin embargo, celebra ya su retorno triunfante un concepto de igualdad que no es el de que todos nacemos iguales con la llama de la divinidad y el libre albedrío. Sino el de una igualdad que nos impone conductas y sentimientos para un orden social que mutila carácter, reprime voluntad y exige sumisión.
La igualdad de los seres humanos por naturaleza desiguales sólo puede simularse con la mentira y con la fuerza. Está en plena marcha el nuevo proyecto ideológico igualitario en su fase grotesca y ridícula, la farsa, en la que los políticos pretenden tener, querer y sentir lo mismo que la masa. Pero también está avanzada la fase tenebrosa, cruel y eventualmente sangrienta, el drama. Norbert Bolz con su «El discurso de la desigualdad» (edit. Wilhelm Fink, Munich) hizo el gran alegato contra las siniestras tendencias de ese nuevo igualitarismo sentimental, el nuevo totalitarismo. El castigo a quienes se rebelan contra el dictado ideológico y sentimental se practica ya con buena conciencia. De momento con una represión no violenta. Y ya funciona la eficaz movilización mediática del odio hacia quienes discrepan, luego no quieren ser iguales. Hay europeos que perciben el peligro. Pero aun no hay masa crítica la reacción. La sórdida bandera de la igualdad vuelve a ser, disfrazada de justicia, la gran amenaza para unas libertades en retirada.