EL MUNDO 27/05/2013
· La banda quiere ser el laboratorio de ideas para transmitir su «legado» y tutelar el diseño de la izquierda ‘abertzale’, pero la nueva Batasuna se niega a ceder el liderazgo
La organización terrorista ETA tiene unas aspiraciones políticas (de intendencia) claras en este mundo sin atentados en el que persiste. Su intención es convertirse en una especie de laboratorio de ideas –think tank– para tutelar el diseño político de la izquierda abertzale, con licencia para ratificar su cumplimiento, al tiempo que se erige en la encargada de «trabajar la memoria histórica, realizando la transmisión del legado de la lucha de 50 años».
Una suerte de fundación-museo-poder en la sombra, que cuenta para conseguir sus objetivos con el trabajo de «los promotores en Euskal Herria», es decir, con aquellas personas o asociaciones que han mostrado en el País Vasco su «favoritismo» hacia el proceso por la autodeterminación e independencia que propugna, y con los «promotores y las personalidades internacionales» que se presten a ello. O más concretamente expresado: «La iniciativa de la organización tendrá como objetivo intensificar la presión de Euskal Herria y de la comunidad internacional hasta que a los estados les pueda producir un coste político insoportable no entrar en el proceso de negociación».
· La banda reivindica su «experiencia acumulada durante décadas».
· Llama a usar la presión internacional hasta que al Estado le sea «insoportable».
· Insiste en «debilitar los argumentos del Estado para eludir la negociación».
· En un texto enviado a los presos, confirma que no retomará las armas.
La banda terrorista ya anunció en su día que no pensaba disolverse, sino que su intención era transformarse en una corriente interna dentro de la izquierda abertzale. Después, algunos de sus dirigentes admitieron ante los verificadores internacionales con los que conversaron durante más de un año en Oslo –a los que reconocen estar manipulando– que lo que quieren es un puesto en el Parlamento vasco o en algún ayuntamiento de relumbrón. Pero pocos textos resumen mejor sus aspiraciones que el que enviaron ya hace meses a sus militantes durante los últimos meses –incluidos los presos– y que ya ha sido enmendado y redactado de nuevo.
«Aunque algunos de los reclusos le han reprochado a la dirección de la organización que el documento de la conferencia de Ayete celebrada hace año y medio –hoy está previsto que se celebre en en mismo lugar un acto internacional que le dé continuidad–, las propuestas principales de los jefes –las relativas a la función futura de la banda– han sido ratificadas por los reclusos y han reforzado la sensación de contrariedad de los dirigentes de Batasuna –ahora Sortu–, que no quieren saber nada de ETA como corriente interna».
Cierto que tienen los mismos objetivos (aunque difieren en algún elemento táctico y temporal); cierto que en el texto fundacional de Sortu se reconoce el valor de la estrategia diseñada por la organización terrorista en el pasado de la cual el partido se erige en heredero; cierto que van a defender y a homenajear a los etarras cuando sean detenidos o cuando salgan de prisión, y cierto que emplearán la presión interna e internacional hasta que al Gobierno se le haga «insoportable». Pero no están dispuestos a ceder a ETA el liderazgo de la izquierda abertzale.
De modo que los dirigentes de Sortu y Bildu intentan mantener un equilibrio con actos en los que desafían al Estado para no traicionarse y para satisfacer a los suyos, pero que no ponen en peligro su presencia política e institucional.
Los miembros de banda terrorista, que ahora está constituida por unos 20 etarras (más los presos y los huidos), jamás han pecado de humildes, y ahora tampoco. La banda se resistió de forma brutal a dejar los atentados, incluso cuando su brazo político le pedía que abandonara porque, si no, se iban a hundir todos juntos. Pero ahora, aunque admite que fue el único modo de encontrar alianzas políticas, sostiene que «la decisión del final definitivo de la lucha armada» responde a un criterio de «eficacia» y reclama su lugar.
«En la fase política que hemos abierto se debe adecuar el lugar que completa el movimiento de liberación y, dentro de él, la organización, porque queremos capitalizar la cosecha de lucha durante décadas y ser eficaces en los nuevos retos que se nos presentan en el proceso», dice.
El hecho es que, durante décadas, ETA era la «vanguardia» del Movimiento de Liberación Nacional Vasco (MLNV), sin réplica posible. La no subordinación era zanjada con la expulsión, la muerte o la amenaza de muerte. Ahora, derrotada operativamente sin ninguna duda y tras perder el pulso interno, dice que las relaciones entre las organizaciones de la izquierda abertzale «no deben basarse en la jerarquía o en la subordinación. «Cada uno tiene que tener su espacio y función», dice, «y hay que poner medios para lograr la cohesión». «La dirección política ha de estar compartimentada y unida en el MLNV», insiste.
Pero después se reivindica y precisa. La organización «ofrecerá sus lecturas y aportaciones al MLNV»; «dará noticia de sus decisiones a los miembros de la izquierda abertzale» y, aunque la suya es como la de todos una función de complemento, «por la función que ha completado durante décadas y por la referencia y la experiencia que ha acumulado a ETA le corresponde una importante función dentro de este importante proceso». En resumen: «Hacer seguimiento del proceso de liberación y del desarrollo de la estrategia; hacer la aportación ideológica al proyecto político y a su diseño; ayudar en la cohesión y unión de todo el movimiento, y hacer la transmisión del legado de la lucha de 50 años, trabajando la memoria histórica».
En resumen, no se resigna a carecer de entidad y sigue pretendiendo «desgastar la posición de los estados, debilitando sus argumentos para eludir la negociación o presentándolos como no razonables». Primero sigue pretendiendo resolver la «vuelta a casa de presos y huidos», «el desmantelamiento de la estructura armada» y la «desmilitarización de Euskal Herria»; para después abordar la negociación política «forzando a los estados a la solución del conflicto».
Y ella quiere estar en ambas cosas y en buena parte, lo consigue. Y como asume que el cambio de estrategia no implica que el Estado cambie, admite que el recorrido puede ser largo y recomienda «paciencia». Eso sí, confirma a los suyos que «en adelante no se desarrollará estructura encaminada a llevar a cabo actividad armada».
EL MUNDO 27/05/2013