Anticipo que este artículo no va a gustarles a los de Ciudadanos. Y no va a gustarles porque intuyo que las complicidades que tratan de tejer estos días se fundamentan más en una estrategia cortoplacista y de vuelo gallináceo que en un corpus ideológico serio y de un cierto grosor intelectual. Dicho en plata, el error de Arrimadas pactando con Sánchez, prestándole un auxilio imprescindible para que continúe con su auténtico plan B, que no es otro que instaurar un Gobierno que desprecia al Parlamento y la Constitución, es el certificado de defunción de un partido que ya mostraba evidentes síntomas de enfermedad.
Que Juan Carlos Girauta haya decidido romper el carné no debería ser tratado de manera subsidiaria, y si en lo que queda del partido naranja –estas, Fabio, que aquí ves, son ruinas del deshonor– existiera un poco de materia gris entenderían que acaban de hacerle el ‘hara kiri’ al proyecto más reformista, fresco e inquietante para los poderes fácticos surgido en España en los últimos años. Ahora podrán decir lo que quieran, pero Cs ya no inspira el menor miedo ni a PRISA ni a la señora Botín ni mucho menos a un PSOE que ya veremos si acaba por darle la vuelta a la tortilla en aquellas comunidades autónomas o ayuntamientos en los que los chicos y chicas de Inés gobiernan junto al PP. Un PP del que ya hablaremos otro día, pero al que bien podría aplicársele la frase josemotiana de que si hay que ir, se va, pero ir por ir es tontería.
Girauta, que ha olvidado más de política de lo que sabrán todos los del gobierno sumados, argumenta su abandono del partido que ayudó a hacer crecer hasta ser realmente una alternativa de gobierno en contra del frentismo bipartidista -siempre dije que lo revolucionario de verdad no era Podemos, al fin y al cabo una banda de ganguistas, sino el partido de Rivera– diciendo que él no estaba en eso para crear un partido bisagra. Es cierto. Se trataba de una formación, y hablo en pasado porque el Ciudadanos actual solo es un intento de supervivencia política de Arrimadas, liberal en el más puro y bello sentido decimonónico del término. Ese liberalismo de Larra, lúcido y con un punto de amargura, un intento de poner en solfa a esa España que no es ni de unos ni de otros, una España sin reinos de taifas, con igualdad, ley, justicia y, por qué no decirlo, Ilustración, así, con mayúscula.
Seamos sinceros. Hace mucho tiempo que Inés desea sentarse en el Consejo de Ministros. Esto no es una acusación, porque lo que desea cualquier político
Es evidente que, rompiendo los esquemas del liberal que se horroriza y siente repugnancia al auxiliar al social comunismo, Inés ha roto todo lo rompible, aunque se empeñe en decir que es por el bien de los españoles y que solo se trata de una prórroga del estado de alarma. Si lo dice con sinceridad, es mucho más ingenua, por no decir tonta, de lo que pensábamos; si lo dice como coartada, la cosa toma un sesgo mucho más peligroso. Estaría condenando al partido al que más de un millón de catalanes dieron su confianza para erradicar al separatismo con ella a la cabeza al rol de palanganero de un ‘sanchismo’ pactista con esos mismos separatistas, feroz, absolutista, que desprecia al parlamento y a las leyes, que nos cuela de rondón en el BOE peligrosísimas cargas de profundidad cada semana, en fin, un partido que actúa en contra de todo lo que Rivera, Girauta y más gente habían defendido.
Seamos sinceros. Hace mucho tiempo que Inés desea sentarse en el Consejo de Ministros. Esto no es una acusación, porque lo que desea cualquier político. Pero hay maneras y maneras. Cuando para colmar tus ambiciones políticas has de cargarte a todo un partido, quizá la cosa no vale tanto la pena. Yo sé, y tú también sabes, querida Inés, lo que ha sucedido en tu partido los últimos doce meses. Ha sido una guerra fea, incluso sucia, en la que grandes poderes de esos que nunca se presentan a las urnas, decidieron la voladura de tu partido. Y ahora, con tu actitud, es demostrable empíricamente que consiguieron su fin.
Será por eso, a lo mejor, que muchos de quienes la criticaban hasta hace un minuto ahora la vitorean. Pero como me gusta la dignidad de tango bonaerense que arrastra quien no gana, tengo que estar con Juan Carlos, ese Pereira que tiene una percepción fúnebre de las cosas y ama al pasado o prepara necrológicas por anticipado. La tuya, políticamente hablando, podría muy bien ser este artículo. Aunque llegues a una vicepresidencia, que tampoco vendría de otra más, la verdad. Total, para lo que sirven.