Jorge Bustos-El Mundo
¡Qué escándalo, Pedro Sánchez usando el atril de Moncloa para lanzar el primer mitin de campaña! Pero por Dios, que es Pedro Sánchez, el hombre de la urna tras el biombo en Ferraz, aquel al que todo escrúpulo democrático le resultó siempre ajeno. Ni una sola institución de los españoles ha dejado sin colonizar la ambición sanchista, desde la propia figura de la moción de censura –que estipula un programa constructivo y no una simple mayoría de rechazo– hasta los aviones y residencias del Estado; desde el CIS hasta Correos pasando por RTVE; desde el uso alternativo del Parlamento hasta el abuso obsceno del decreto ley. Y no ha avanzado en el magreo con relator de la Constitución porque fueron los suyos los que dijeron no es no.
Al cabo de ocho meses, el sanchismo ha parido al fin las urnas por pura necesidad y no por deseo del padre de la criatura. Se trata de un parto inducido por los mismos sementales que le sedujeron una tarde de mayo: los separatistas. Ellos le llevaron a Moncloa y ellos le obligan a disolver las Cortes tumbándole los Presupuestos. Y ahora toca urdir un relato fantasioso para que los votantes hagan caso a Sánchez y no a sus propios ojos. Ahora toca mentir como si no hubiera un mañana tras el 28 de abril.
Sostiene Sánchez que todo presidente debe ofrecer un horizonte a los españoles, pero el paso de Sánchez por Moncloa ha ofrecido básicamente un horizonte a Sánchez. Lo suyo ha sido un horizonte monoplaza, un destino estrecho para un solo jinete con montura aeronáutica: ni siquiera ha podido –aunque ha querido– ensanchar el horizonte de sus socios independentistas porque esto todavía es un Estado con jueces independientes y una nación con ciudadanos iguales.
Sostiene Sánchez que fue la corrupción del PP la que legitimó la censura, pero está al caer la sentencia de los ERE y en Andalucía no hubo necesidad de moción para que sus ciudadanos decidieran el castigo en las urnas.
Sostiene Sánchez que ha presidido un Gobierno progresista dirigido a la mayoría y enemigo de la confrontación. Pero ni la mayoría de los españoles aprobó nunca el enjuague con Torra ni se puede invocar el bien común gobernando de la mano de quienes no conciben la solidaridad al sur del Ebro. La estrategia de la polarización fue el plan de Sánchez y Redondo desde el mismo embrión de un mandato inaugurado con el revival guerracivilista de la exhumación y concluido con el mismo olor a tumba abierta después de 25 decretazos desdeñosos del consenso. ¿Y tú nos preguntas qué es la crispación, Sánchez, mientras clavas en nosotros no tu mirada azul, sino tu mandíbula tirante?
Sostiene Sánchez que con 84 escaños ha levantado en nueve meses un edificio legislativo capaz de rivalizar con El Escorial de los Austrias, cuando no tiene nada relevante que vender salvo una subida del salario mínimo que ya va por 100.000 empleos destruidos y una derrota en los Presupuestos que sólo un tahúr del Mississippi puede trocar en victoria social.
Sostiene Sánchez que convoca elecciones porque España no tiene un minuto que perder, pero él ha querido que perdiera ocho meses y medio.
Sostiene Sánchez que responde preguntas, pero en realidad trocea un mitin uniforme y va distribuyendo pedazos de propaganda pregunten lo que pregunten los administradores del derecho a la información de los ciudadanos.
Sostiene Sánchez que España pertenece a los españoles, y ya es revelador que lo descubra después del fracaso de la negociación con los separatistas y no antes. Y ya es triste que lo olvide a continuación para afirmar que los españoles que no voten a Su Persona estarán apostando por el pasado. Y ya es triste que el argumentario con que Pedro el Breve detona el inicio de la madre de todas las campañas consista en un insulto a nuestra inteligencia tan grosero como este de dividir en pleno 2019 a los votantes entre demócratas y fachas según opten por Sánchez o por cualquiera de los demás.
Pero la tristeza mayor en la mañana de alivio de ayer la originó esta odiosa sensación de que no vamos a votar al fin porque nuestro máximo representante democrático lo haya deseado, sino porque nos lo han consentido los chantajistas sentados en el banquillo del Tribunal Supremo.