Ayer descubrí con cierta perplejidad que yo debía de ser el único columnista español que no había escrito sobre Eurovisión, excepción que empezó a preocuparme cuando vi que hasta Arcadi había incurrido. No he tenido más remedio que sumarme al mainstream, pese a mi prejuicio inicial. Después de todo, ¿qué asuntos hay más relevantes en la política nacional?¿el precio de la luz, las heterogéneas incapacidades del Gobierno y de la oposición, el hecho de que la fiscal general del Estado cohabite con un juez inhabilitado por prevaricación o una docena de etcéteras infamantes que arrancan del plagio presidencial en su tesis de doctorado?
Había que ponerle remedio y en ello estamos. Mis primeros recuerdos eurovisivos son de France Gal, (‘Poupée de cire, poupée de son’) una rubita muy guapa que fue en mi adolescencia la quintaesencia de la belleza francesa. Dos años después vino Sandie Shaw (‘Puppet on a string’) una cantante que no descubrió a tiempo unos Manolos y después Massiel, el gran momento español, con ‘La, la, la’. Muchos años después me contó mi querido Ramón Arcusa cómo le vino la pieza, en un hotel de Galicia que tenía piano. Ramón se sentó y tecleó unos acordes. Aquí hay una canción, se dijo con buen criterio, y con mejor criterio aún pensó que era ideal para Eurovisión: el estribillo allanaba dificultades idiomáticas. Luego vino el plante de Serrat y aquel exilio tan suyo y su comentario displicente sobre la canción, pese a que Ramón había pasado la frontera con un millón que le había dado Serrat padre en un maletín para ayudar a su mantenencia. Yo había sido muy serratiano hasta el 68. Me aprendí memoria en catalán sus primeras canciones: ´Cançó de bressol´, ´Cançó de matinada´ y ´Ara que tinc vint anys´, que a mí me gustaba especialmente. Bueno, también me gustaba mucho Lluís Llach, qué les voy a decir.
Luego perdí el interés, lo de Chikilicuatre en 2008 fue ya la confesión de un país que se despreciaba a sí mismo, hasta que este año se ha producido la eliminatoria de Benidorm Fest. Hay que ver, el festival de Eurovisión que se decía en tiempos. A mí, por eliminación, me ha parecido bien que ganara Chanel, aunque en estos asuntos soy equidistante, como nuestros analistas políticos entre Vox y Bildu. Rigoberta Baldini era la candidata de Irene Montero y eso ya era una pista, aunque, a pesar de la sobrecarga ideológica tenía algo a su favor. Todo xarnego o maketo en suelo nacionalista tiende a tunear sus apellidos al gusto local. Esto es así desde Sabino Arana. Su hermano Luis se casó con una aragonesa, Josefa Egüés Hernández, cuyos apellidos cambiaron por Eguaraz Hernandorena. Pero nunca se había visto que una Paula Ribó se cambiase la partida de bautismo por Rigoberta Baldini.
Luego estuvo lo de enseñar la teta en Logroño. “La Libertad de Delacroix”, escribió una columnista de El Español, muy épica y con yerro de número: La Libertad que guiaba al pueblo enseñaba las dos. Estuvo más acertada la periodista Argudo al sugerir que en la capital riojana habría sido más adecuado enseñar lo que sugiere la rima consonante. Yo también lo creo. Cada vez que veía en una serie a la actriz Raquel Meroño siempre pensé en lo que tuvo que sufrir de adolescente, la pobre.