- No pocos dirigentes mejicanos, aunque achantándose ante Estados Unidos, han tenido una querencia a dar lecciones de estupendos a los países hispanos en general y a España en particular
Los capitostes del inmaculado PRI no quisieron tener relaciones con Franco. Normal en los años que siguieron a nuestra guerra civil. Pero pueril y rozando lo grotesco pasadas tres décadas. Cuando Franco en sus postrimerías ejecutó, después de unos juicios sumarios, a unos acusados de terrorismo, hubo lógicas protestas extendidas en el mundo pero dos países fueron más allá, la Alemania comunista, que rompió relaciones, y Méjico que expulsó a Amaro G. de Mesa, nuestro representante oficioso. Bonito pero paradójico, la Alemania de Honecker era el país que habiendo construido un muro cazaba como conejos a los que lo saltaban queriendo abandonar el paraíso comunista. Y el presidente mejicano Echevarría, en su pureza democrática y cívica, resulta que era el que como ministro de la Gobernación fue el principal responsable de la masacre de Tlatelolco en la que, a manos de las fuerzas a sus órdenes, habían perecido unos trescientos estudiantes. Años más tarde, un tribunal mejicano lo tachó de genocidio.
Cuando murió nuestro dictador en 1975, la práctica totalidad de los países del mundo estableció relaciones plenas con España, pero para los mandamases mejicanos aún no éramos castos. Nuestro representante pudo volver pero nuestras incipientes credenciales democráticas no bastaban en ese vergel de la pureza que era el Méjico de las elecciones amañadas en que reinaba sin competencia el PRI. Amaro de Mesa hizo ver al canciller mejicano que las relaciones con Méjico eran un objetivo prioritario para España pero no «indefinido». Establecimos relaciones en 1977 en París, lugar escogido por los mejicanos, no querían que ningún hermano iberoamericano, Costa Rica, Venezuela…, se apuntase el tanto, después de treinta y dos años.
Ahora el saliente López Obrador, el que ha hecho la vista gorda ante los carteles de la droga, y su docta sucesora Claudia Sheinbaum tienen otro arrebato de dignidad histórica y como profesores severos que quieren meter en vereda a un alumno descarriado nos dan palmetazos intermitentes porque no nos corregimos. Obrador inventó una pausa en las relaciones diplomáticas porque nuestro Rey no pedía perdón por las atrocidades de Hernán Cortés. Nos castigó y lo pregonó en más de una ocasión. La profe Claudia sigue enfurruñada. El Museo Nacional de Méjico recibe el premio Príncipe de Asturias y ella, sin perdonarnos, anuncia magnánima que es un «pasito» de la Corona(?) de España pero que tenemos que seguir en el camino del reconocimiento de las atrocidades de la conquista española. Es decir, aún somos réprobos y desalmados porque no hemos programado que nuestro Rey Felipe viaje a Méjico y ante cualquier monumento azteca proclame solemnemente y postrado de hinojos que los españoles de Cortés eran unos hijos de puta que masacraron a una civilización angelical.
Yo no me puedo creer que la señora Claudia sea cateta, en Méjico hay varias buenas universidades, pero no me convence la honestidad de su actitud. ¿Puede ella ser tan ignorante de que en aquella época la conquista la practicaban todos los reinos importantes? ¿Es concebible que desconozca que, aun admitiendo las tropelías de Cortés, los mexicas, a los que derrotó, eran una civilización sanguinaria, cruel, que sacrificaba en varias festividades anuales a muchos prisioneros que las tribus bajo su férula estaban obligados a entregarle regularmente? ¿Ignora que eran antropófagos y que los muslos de niño eran un bocado preferido por los caciques? ¿No se ha percatado de que los españoles nunca hubieran podido conquistar aquel imperio si a Cortes no se le hubieran unido miles de indígenas que sufrían el brutal yugo mexica y que vieron a los conquistadores como liberadores que los sacaban de un brutal vasallaje? Sé que esto no se estudia en las escuelas mejicanas, pero Doña Claudia debería saberlo.
Me gustaría hacerle estas y otras preguntas. Por ejemplo, la de cómo se explica que en una nación que, superado el oscurantismo español, y siendo tan igualitaria e indigenista, solo haya tenido un presidente indio en su historia. También me gustaría saber si ella unos días antes de ver a Trump tiene las agallas de decirle que tiene que dar pasitos y pedir perdón por la guerra artera que Estados Unidos le hizo a Méjico y en la que le arrebató California, Tejas, Nuevo Méjico, etc… y eso en el siglo XIX cuando el derecho de conquista era ya obsoleto. Ahí la quiero ver yo, brava ante el gringo del Norte.
En resumen, visité hace décadas el excelente museo mejicano merecidamente premiado; en él, pegándome de incógnito a un grupo de turistas argentinos, pude oír de la guía del museo una cantinela llena de esa doctrina que maman los mejicanos: los españoles eran feroces, codiciosos, inhumanos y los mexicas una civilización pacifica que vivía armoniosamente inventando calendarios, pero, no se lo digan a la señora Claudia, sin conocer la rueda. Me pasmó la insistencia y la rotundidad. Y ahora le indicaría a la presidenta que me gustaría regalarle una copia de la película Apocalipto y que estoy dispuesto a celebrar un coloquio con prebostes mejicanos, educados en ese mantra, y oír una retahíla de improperios contra la conquista española, pero que al final como colofón me debe permitir decir ante la televisión mejicana que es cierto que Cortés era un poco cabroncete, pero que los aztecas eran «unos hijos de la gran chingada» mucho mayores que mi compatriota extremeño. Más, mucho más, y no me dé tantas lecciones.