Jon Juaristi-ABC

  • Bildu, contra lo que se pregona, no es el partido de los asesinos etarras, sino el de sus chivatos e informantes

La palabra subalterno es un cultismo que conserva, en lo fundamental, el sentido del adjetivo latino subalternus («sometido a otro»). Como tal adjetivo, lo difundió la sociología para referirse a todos los grupos de una sociedad con excepción del dominante. La mayor parte de aquellos serían subalternos, por encontrarse económica, política y culturalmente por debajo de la clase o grupo que detenta la posición eminente.

La izquierda europea adoptó el término después de la Segunda Guerra Mundial en sustitución del mucho más impreciso de «proletario». Comenzó a utilizarse en la jerga de los marxistas italianos, que tradujo como «cultura subalterna» lo que Gramsci había llamado «cultura popular», y de ahí se pasó a acuñar la expresión «clases subalternas», que chiflaba

a los eurocomunistas españoles de mi juventud.

Como sustantivo, se impuso en las administraciones públicas para designar a los conserjes y a las mecanógrafas: «¡Romerales! ¡Llame usted a un subalterno y que me suba un cafelito!». Pero, sin duda, donde el sustantivo subalterno triunfó fue en el ámbito del toreo, aplicándose a todos los componentes de la cuadrilla, salvo al matador, al que se suele separar del conjunto (véase, por ejemplo, El Gallego y su cuadrilla y otros apuntes carpetovetónicos, de Cela). Banderilleros, picadores y mozos de espada han tratado siempre de distinguirse de los subalternos propiamente dichos, pero no hay forma.

La función de los subalternos es facilitarle la tarea al diestro, estando al quite, castigando al bicho o apuntillándolo cuando se empeña en boquear después de doblarla. Que la Ejecutiva federal del PSOE se parezca más a una cuadrilla que a un partido no debería sorprender, porque en España política, filosofía, religión y toros siempre han ido en el mismo paquete, como bien sabían Ortega y Pérez de Ayala. Lo más fastuoso de la cuadrilla de Sánchez es la idoneidad de los subalternos a los que encarga las faenas más incómodas. Esta semana se ha lucido en el quite Ábalos, lo que no es de asombrar porque de casta le viene. Lo ha tenido difícil para negar lo evidente, pues hasta Iglesias daba a Bildu por incorporado al ínclito gobierno del Estado. En su descargo, hay que decir que Bildu no es el partido de los asesinos etarras, sino el de sus chacurras o chivatos, los que sugerían a la banda posibles víctimas y le informaban de sus movimientos. O sea que eran la cuadrilla, no el matador. Y oye, entre subalternos siempre hay buen rollito.

Pero la que ha estado sublime ha sido Lastra, subalterna de nacimiento, apuntillando a los queridos vejetes de su peña en el más puro estilo choni. Parece como si no hubiera hecho otra cosa en su vida. Sólo le ha faltado pedir que se los llevaran pronto las mulillas, con los virus como monosabios. Que tía. Habrá quienes la abucheen, pero no seré yo. La comprendo. «Más cornás da el hambre, señorito».