DAVID GISTAU, ABC 30/11/13
· El gobierno improvisa bálsamos para las víctimas e intenta atraerse a un colectivo sobre el cual construyó un imperio moral.
EL gobierno acaba de imponer a las condecoraciones de las víctimas un matiz deportivo: el de los premios de consolación. Que, como sabe cualquiera que haya competido, se aceptan de mala gana porque distinguen a los perdedores y tratan de rebajar un ápice su aflicción. Cómo será de humillante este tiempo para las víctimas, que las veo cabizbajas, inapetentes de medalla, mientras Rajoy les palmea la espalda como hace Platini cuando consuela a los subcampeones.
En realidad, el subcampeonato de las víctimas en su lucha contra ETA no es lo único de esta puerca historia que ha cobrado un sentido deportivo. Las coheterías de las excarcelaciones etarras, que algunos vecinos de Javi de Usansolo confundieron con los festejos de cuando gana el Athletic, son un poco como sacar la gabarra del terror. Es tal y tan primario este entusiasmo de hincha —horripilante si se recuerda que el gol anotado es, por ejemplo, la muerte de un niño de dos años que iba a la piscina—, que parece que al Mundo ETA no le ha llegado la circular interna que a nosotros nos anunció la Victoria de la Democracia. «No podré soportar otra victoria como ésta», dijo en Sicilia, ante el paisaje de sus muertos, el rey Pirro de Epiro. Quien también, al integrarse por pírrico en la prosa del diario Marca, nos encaja en la dimensión deportiva que todo lo banaliza.
Una vez que las demostraciones de alegría han trascendido las contenciones y el disimulo, el ministro del Interior al menos se ha abstenido de hacer el ridículo como cuando interpretó la sonrisa de Inés del Río de un modo que me recordó una frase del autor de cómics eróticos Milo Manara: «Al dibujar a la mujer en primer plano, la cara de placer es la misma que la del dolor». Sólo el contexto, la ampliación del plano, aclara cuál es la cara que hay que ver en el dibujo. Por ello, este gobierno y el anterior se esforzaron tanto por inventar un contexto de derrota que debía influir en nuestra percepción de las sonrisas mientras éstas permanecieran en el plano corto y fueran sutiles. Ya no lo son. Ahora rigen emociones que no pueden ser reducidas por la retórica ni por la inofensiva ambigüedad de las frases hechas. Ahí va una: «ETA está acorralada, hemos ganado los demócratas».
En un lado, el gobierno improvisa remedios balsámicos para la frustración de las víctimas. Y, por añadidura, intenta volver a atraerse a un colectivo sobre el cual construyó un imperativo moral que en realidad sólo lo fue mientras sirvió para hacer daño político a Zapatero. En el otro lado, el de los supuestos derrotados que al parecer no saben que lo están, las siglas «abertzales» piden a los lanzadores de cohetes un mínimo recato. Un poco de «fair-play», como en el golf o en Wimbledon. Porque, con semejantes excesos triunfales, alguien terminará poniendo en duda el relato de la derrota terrorista que fue concebido para amortiguar el impacto en la autoestima colectiva de ciertas equidistancias pactadas durante el proceso —terminar en empate, otra vez lo deportivo—, pero que no ha servido para hacer más llevaderas las humillaciones con espectáculo pirotécnico incluido.
Agréguese a esto la suelta de los otros psicópatas, los sexuales, los que no tienen familia esperando fuera ni coartada ideológica con la que aspirar a ser estatua en una plaza. Los que de repente han potenciado el antiguo miedo a la oscuridad, de cuando convenía permanecer cerca de los fuegos de campamento. ¿Está previsto un premio de consolación para las víctimas de los violadores o a éstas no va a palmearles la espalda Platini?
DAVID GISTAU, ABC 30/11/13