Pablo Martínez Zarracina-El Correo

  • La negociación avanza: Rufián tiene tres carpetas y Pere Aragonès cinco referéndums

Pedro Sánchez llamó ayer a Oriol Junqueras por teléfono. Fue al parecer otro paso delicadísimo en la negociación de la investidura. Yo entiendo al presidente. A mí también me cuesta hablar por teléfono. Por eso le apoyé hace cuatro años cuando no respondía a las llamadas de Quim Torra, que ni siquiera estaba inhabilitado y presidía la Generalitat. Sucedió mientras en Barcelona ardían las calles por culpa, imagino, del PP. En el Govern grabaron un vídeo inolvidable. Al principio parecía ‘The Office’ y se veía a un propio asomándose al despacho de Torra. «Presidente, no se ponen», decía. «¿No se ponen?», preguntaba Torra recostándose en la silla y llevando la escena hacia el ‘thriller’ político como si le dirigiese Sidney Lumet. «Quina collons», resoplaba, finalmente, el president.

Ayer Pedro Sánchez recibió también a Gabriel Rufián. Otro socio inevitable que le dijo sacando pecho que lo de ser socios está por verse. El portavoz de Esquerra lo explicó así a la prensa: «Nuestro voto se suda partido a partido». Al estar acostumbrados y tener la mayoría estrés postraumático, los periodistas no reaccionaron con la pregunta lógica: «Oiga, ¿usted las frases las hace juntando al azar cosas que oye en la tele?» Rufián también reveló que llevaba tres carpetas a la negociación. Todo facturas. Los socios de Sánchez son el cobrador del frac. De ser yo asesor de Esquerra, ayer Rufián remata a la prensa tirándolo por Miguel Hernández: «Llego con tres carpetas: / la de la amnistía, / la de votar, / la de los trenes de cercanías. // Con tres carpetas vengo / la de las rodalías…».

No se insiste lo suficiente en que el plan de Pedro Sánchez consiste en aventurarse en una legislatura probablemente peliaguda poniendo su destino en manos de unos socios que le van a resultar constantemente imprescindibles y le ofrecen la estabilidad aproximada de una jaula de chimpancés en medio de un incendio. Ayer, un día después de que Jaume Asens presentase el dictamen de sus juristas sobre la amnistía, se supo que Pere Aragonès tiene también unos expertos diseñándole referéndums. Y le han preparado cinco. En uno, toda España vota sobre la independencia de Cataluña. O sea, que dentro de una de las carpetas de Rufián aparece Aragonès con otras cinco carpetas. Y hay que sudarlas todas. Como las toxinas. Partido a partido.

Bansky

Mr. Gunningham

Puede que a Banksy lo del misterio le habría ido mejor haciendo como Pynchon o Salinger: usar tu nombre, dejar alguna foto de juventud como icono y envejecer después de incógnito, haciendo una excepción para que te pillen intentando atizarle a un fotógrafo a la salida de un súper. Es que al final Banksy puede ver cómo se confirma que es Robin Gunningham, de Bristol, por un triste pleito con un empresario que le fusilaba los diseños. En los documentos del juzgado reaparece el nombre de Gunningham y la vieja foto comienza a aflorar. Yo le aconsejaría al genio que abandonase el seudónimo. Porque me gustaría ver a Gunningham en el Guggenheim. Y porque Banksy no funciona: eres uno de los artistas más famosos del mundo y -fíjense en dónde va realmente la ‘s’- todo el mundo dice tu nombre mal.

País Vasco

Pastillas

Una asociación de plataformas vecinales solicitó ayer en el Parlamento vasco que las instituciones no solo midan los decibelios en las zonas de ocio nocturno, sino que midan también el consumo de somníferos de los residentes. La reclamación alude así directamente a la salud y remite a estudios que relacionan el estruendo continuado con los ingresos hospitalarios. De existir plataformas de juerguistas, podrían alegar que su consumo de cualquier cosa es necesariamente mayor y mucho más tóxico que el de los vecinos. Lo que está claro es que la convivencia más o menos sensata entre la diversión de unos y el descanso de otros es un asunto que las ciudades, las nuestras al menos, son incapaces de resolver.