EL MUNDO 12/09/13
Albert Rivera, bajo tres banderas
Cazadora blanca, camisa arremangada, tejanos y zapatillas. Si hay algo que derrocha a conciencia Albert Rivera (Barcelona, 1979) es campechanía.
Es media mañana en la Barceloneta y, antes de que comience el acto alternativo de Ciutadans, la opción a la cadena humana independentista, el Catalan Way o como quiera llamarse, Rivera desayuna sin prisas un prosaico café con leche.
«Éste no es un acto a la contra de nadie. Sueño con celebrar un día una Diada de todos, sin ningún color, para enaltecer los valores civiles y la cohesión, no como un instrumento separatista», explica.
Y para quien no le crea suelta una confesión: «Yo, de niño, recuerdo colgar una senyera en el balcón, porque era el día de todos y era normal». Pero los tiempos han cambiado «con la utilización política de los signos», dice, ahora un poco más cómodo, porque los independentistas han cogido finalmente la estelada y soltado la senyera.
A diferencia de Rajoy, que aprovechó el verano para entrar en materia con la lectura de Victus, de Albert Sánchez Piñol, Rivera se tomó un descanso en Pals, «para volver con pilas», y optó por Las felicidades de la vida cotidiana, un libro de conversaciones entre el Dalai Lama y un psiquiatra, y la novela de María Dueñas El tiempo entre costuras. Quizá por eso le envuelve cierto aire de concordia, más aún cuando el sondeo de una emisora sitúa a Ciutadans como tercera fuerza en Cataluña, por delante del PSC.
Las idas y vueltas de Mas –al que clasifica como «un cadáver político»– entre retrasar o no la consulta independentista le traen sin cuidado. Casi tanto como las supuestas negociaciones con Rajoy. «Necesitan ganar tiempo. Son dos presidentes en apuros, que no pueden saltarse un acuerdo constitucional básico», arremete. Y lo que en verdad parece indignarle son las últimas declaraciones de Mas en las que equipara la lucha por los derechos civiles de Martin Luther King «con el reclamo separatista». «Eso es muy inquietante y peligroso», afirma.
Y si de algo está convencido es de que «al nacionalismo se le puede vencer con argumentos», porque no se acaba de creer la supuesta espontaneidad del proceso soberanista. «No es un movimiento que haya surgido de la nada, sino de una larga estrategia política. Es una huida hacia adelante que lleva a la fractura social, y lo que hay que preguntarse es quién lo ha alimentado y por qué», explica.
Dice que detrás de la Asamblea Nacional Catalana, organizadora de la cadena humana, no hay un partido político, «pero sí cuenta con el apoyo de las instituciones públicas y la oficialidad». «Con ese criterio, entonces yo pertenezco a un movimiento civil», fustiga.
El problema para Rivera no es la quimera separatista, sino que, frente a eso, el Govern «no tiene ningún plan». Allí es donde se inserta su proyecto. «Jugamos el partido en casa, en legítima defensa, y construimos una alternativa desde Cataluña».
El mensaje se hace explícito en la suelta de 2.000 globos, que le ocupa el resto de la mañana. En cada uno de ellos, un corazón impreso que contiene la bandera española, la catalana y la de la Unión Europea.
Mientras otros tantos se liberan en Tarragona, Gerona y Lérida, dos globos de la Barceloneta quedan atrapados en las ramas de un árbol, cosa que sugiere el boicot de los elementos frente al acto alternativo, porque la llovizna también amenaza con aguacero. Pero no. Todo sale según lo previsto. Y los simpatizantes –algo más de 200 personas con polos, camisas inmaculadas y americanas que hacen dudar de la identidad popular del barrio– pueden secuestrar a Rivera para fotografiarse junto a él con sus móviles o pedirle un autógrafo.
Mientras un espontáneo libera con su paraguas los globos atrapados, Rivera confiesa: «Mi madre me dice que sólo nos vemos de acto en acto». Y puede que la culpa le lleve a hacer el aperitivo en un bar cercano junto a su padre, Agustín, tíos, primos y demás. Se habla de toros –a favor, claro–, de motos de agua y del estado físico de cada cual, mientras el líder de Ciutadans les muestra fotos de su pequeña hija Daniela, atiende entrevistas, tuitea y no para.
Las conexiones en directo de las televisiones se aplazan a media tarde, y Rivera almuerza con su equipo: la diputada Carina Mejías, el diputado José Manuel Villegas, el ex militante del PSC de Hospitalet Miguel García, entre otros. No ha habido incidentes, excepto tres jóvenes que le han gritado «torpe» desde la acera de enfrente, pero nadie parece haberse percatado. La comida transcurre en tono jovial, al estilo de «hay más tontos que balcones», que dice García, a propósito de un anciano que se ha dado un porrazo intentado colgar una estelada, y celebrando las seis nuevas afiliaciones electrónicas.
Pero cuando Rivera y su equipo se disponen a desplazarse a la sede de Ciutadans, junto a la Monumental, para conectar con la televisión, no encontrarán una vía alternativa de salida de la Barceloneta, porque la cadena humana ya corta la ciudad por la mitad. Ergo, hasta la conexión de El gato al agua, de Intereconomía, ya bien entrada la noche, solo atenderá a los medios al teléfono.