JOSÉ MARÍA CARRASCAL – ABC – 06/01/16
· Está visto que el nacionalismo no ha sentado nada bien a los catalanes. Ni a nadie.
Tiene que ser muy doloroso despertarse una mañana y comprobar que los sueños maravillosos que has tenido se desintegran ante la realidad inmisericorde. Es la situación en que se encuentran muchos catalanes. Aquel horizonte idílico que les habían pintado sus dirigentes era un espejismo. Peor aún, una mentira. No era España la que les robaba, eran quienes iban a llevarles a un Estado independiente, miembro de la UE y de todas las instituciones internacionales, manteniendo sus lazos con España y convertida en otra Holanda o Dinamarca, con una calidad de vida política, económica, artística, científica de primer orden. Y ni siquiera son capaces de elegir presidente.
Esta es la situación en que se encuentra hoy Cataluña, sin que el resto de los españoles podamos hacer mucho para remediarlo, pues darles los privilegios que desean, aparte de atentar contra el principio democrático de la igualdad ciudadana, no les serviría de nada con unos dirigentes que han demostrado de sobra no saber dirigir.
En tan triste coyuntura, Cataluña tiene ante sí dos caminos: aceptar la realidad o seguir viviendo en el reino de la fantasía. Aceptar la realidad significa desmontar el entramado de mentiras elaboradas en sus centros de enseñanza, sus partidos políticos, sus instituciones culturales y sus medios de comunicación en las pasadas décadas. Cataluña, en efecto, tiene rasgos diferenciados. Pero no muchos más que el resto de las comunidades españolas. Mientras, ha compartido con ellas su historia, sus conflictos internos y externos, sus alegrías y tristezas, sus aciertos y errores. Es más, Cataluña aprovechó parte de esas desventuras para industrializarse, europeizarse, en vez de volcarse en las rencillas internas que asolaron el país durante el siglo XIX y buena parte del XX.
Los catalanes tienen que leer a sus grandes historiadores, Vicens Vives, Ferrán Soldevila; a sus grandes periodistas, Pla, «Gaziel», y reflexionar sobre ello y sobre lo que les ha ocurrido últimamente. Es una tarea enorme y nada fácil, porque renunciar a un sueño es mucho más penoso que renunciar a una realidad. Tienen como consuelo que la vida se compone más de realidades que de sueños, que, cuando afectan a la razón, producen monstruos. O, por lo menos, desengaños dolorosísimos.
Va a ser difícil sobre todo para las nuevas generaciones, las que crecieron escuchando los sones melódicos de la flauta nacionalista diciéndoles «sois mejores que el resto de los españoles». Que los catalanes tenían más espíritu empresarial que el resto de los españoles nadie lo dudada. Pero ya ni eso. Un buen amigo de ocho apellidos catalanes me decía entristecido en la larga conversación telefónica que sostuvimos en Nochevieja: «José María, aquí todo el mundo quiere ser ahora funcionario de la Generalitat. ¿Te acuerdas de cuando nadie quería serlo, cuando todos queríamos montar nuestra empresa y hacerla la más grande del país, del mundo?».
Está visto que el nacionalismo no ha sentado nada bien a los catalanes. Ni a nadie.
JOSÉ MARÍA CARRASCAL – ABC – 06/01/16