MIKEL BUESA-LA RAZÓN
- Puede ser que el Covid haya influido en alguno de los que se dieron muerte a sí mismos, pero cabe dudar, a la vista de los datos, de que ello haya sido un fenómeno colectivo destacado.
Puede ser que el Covid haya influido en alguno de los que se dieron muerte a sí mismos, pero cabe dudar, a la vista de los datos, de que ello haya sido un fenómeno colectivo destacado. El suicidio, según mostró Durkheim hace más de un siglo, es un acontecimiento social en cuya determinación juega un papel relevante la configuración de las sociedades modernas, en las que se trastocan las pautas de interrelación y control propias del mundo tradicional, desencadenando emociones anómicas y de malestar colectivas. Cierto que, sobre ellas, se superponen las frustraciones individuales y las sensaciones de depresión y ansiedad que enlazan con la enfermedad mental y eventualmente con la intención suicida. Por eso es tan difícil sustentar la idea del suicidio sobre acontecimientos singulares, incluso cuando resultan tan inquietantes como una epidemia o una profunda crisis económica. Por cierto, las menores tasas de suicidio en este siglo son las que se registraron en los peores años de la última crisis financiera. Todo ello no quita para que sea veraz la denuncia de las insuficiencias en la atención a la salud mental en España. Pero la solución a este problema no se encontrará en la exageración o el engaño.