TERESA JIMÉNEZ BECERRIL, ABC 20/05/2013
· La eurodiputada del PP opina que las advertencias de Mintegi a la Ertzaintza muestran el «esperpento» que ocurre en el País Vasco.
¿ Se imaginan ustedes que en cualquier pueblo de España cuatrocientos vecinos impidieran la detención de una persona que colabora con asesinos? No es fácil de imaginar, pero es exactamente lo que ha ocurrido en Ondarroa (Vizcaya): una multitud ha formado una cadena humana para evitar que una tal Utza Alkorta fuera detenida por colaborar con ETA. Se trata de una conducta que equivale a ayudar a matar, así de simple. La diferencia es que en muchos de esos pueblos, donde son tan condescendientes con quienes colaboran con terroristas, saben que éstos no ponen en la diana a ninguno «de los suyos». No son ni sus padres, ni sus hijos, ni sus hermanos. De ello deduzco que a quienes querían impedir que esta etarra saldara sus cuentas con la justicia no sólo no les importan los «muertos ajenos», sino que consideran que son el precio a pagar para alcanzar el noble objetivo de la independencia del País Vasco.
Para ellos, esos niños destrozados por bombas no son más que piedras en el camino de esa gloriosa paz que quieren construir a base de liberar a los presos, impedir detenciones y sumergir a todo el que se deje en el profundo mar del olvido. Pero esto no es una telenovela, aquí nadie pierde la memoria. Al menos, no tantos como haría falta para elevar la mentira y la injusticia a la gloria de la aceptación general. Y en España la imagen de la gente apoyando en masa a una terrorista todavía sigue repugnando. Aún más al comprobar cómo la operación viene respaldada por quienes se sientan en las instituciones del Estado y usan su cargo para amenazar a quienes tienen que hacer cumplir la ley.
«¡A que llamo a la consejera!», decía Mintegi a la Policía vasca cuando trataba de proceder a la detención. Es el más claro ejemplo de la autoridad mal entendida, del mundo al revés. Es la mejor frase para definir el esperpento vivido y repetido en el País Vasco, no solo con las detenciones contestadas, sino con las manifestaciones a favor de los terroristas, inexplicablemente consentidas. Confío en que la Fiscalía apunte esta nueva afrenta de la portavoz de Bildu y demás servidores públicos, que no sirven más que a su causa. Aunque en este sentido el kilo de delito se vende muy caro. Y asistir a homenajes de asesinos de ETA, humillar a las víctimas y enaltecer el terrorismo un día sí y el otro también no es motivo para dejar de sentarse en los sillones del poder.
La mafia en América terminó cuando se legisló no solo para acabar con los matones, sino para encarcelar a los verdaderos responsables. El problema de esta maraña que vio nacer, crecer y no quiere ver morir del todo a ETA es que no admiten culpa alguna en haber criado un monstruo. Se diría que se sienten orgullosos de su criatura. Si no fuese así, ¿cómo es posible que impidan la detención de una terrorista?, ¿cómo brindan con champán a la salud del asesino de mi hermano y su mujer ante la complaciente mirada del alcalde del pueblo, de Bildu, obviamente? ¿Cómo ponen fotos y pancartas para recibir los restos de un héroe cuya mayor heroicidad ha sido disparar por la espalda a quien nada hizo para merecerlo? Extraña gente la que confunde el bien y el mal con tanta frecuencia.
¡Qué orgullo los sevillanos, que colaboraron para que la Policía detuviera en un santiamén a los asesinos de Muñoz Cariñanos! Los asesinos estaban temblando en el furgón policial porque sabían que nadie iba a venir a salvarlos, porque en Sevilla, como en cualquier lugar decente, la gente sabe quiénes son los héroes y, desde luego, no son los terroristas. Espero que los que confunden y los que consienten, con su indiferencia disfrazada de oportunidad política, acaben aislados por la mayoría que cree en una justicia que nace de la razón y de la voluntad general. Si esto no ocurriera sería el suicidio moral de España.
TERESA JIMÉNEZ BECERRIL, ABC 20/05/2013