Olatz Barriuso-El Correo

  • En tiempo récord, la plataforma de Díaz, temerosa de ser engullida por Sánchez, ha soliviantado al PSOE y al Estado de Israel

Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que Yolanda Díaz se lamentaba de que el perpetuo zafarrancho de combate en que Podemos había convertido el Gobierno de coalición impedía que la gente se enterara de las «cosas chulísimas» que estaba haciendo el Ejecutivo. Era la época, previa a Sumar pero posterior ya a aquella foto con Mónica García, Oltra y Colau con la que empezó a ejecutar su ‘vendetta’ contra Pablo Iglesias, en la que la vicepresidenta llamaba a «cuidar la coalición» y apelaba al trabajo discreto frente a los aspavientos de los morados. Era, decía, la única forma de que las izquierdas volvieran a sumar.

Los astros se alinearon el 23-J para que el presidente reeditase su mayoría, aunque no exactamente sostenido (solo) por la izquierda sino por un heterogéneo coro en el que descuella el inefable Puigdemont. Ella, eso sí, logró volver a ser vicepresidenta, marchar con los sindicatos el 1 de Mayo y, lo que es más importante, arrinconar a Podemos, dejarle fuera del reparto de carteras ministeriales y prepararse para reinar. Todo con el favor de Sánchez que, recuérdese, le cedió la tribuna para que se luciera y presentara simbólicamente su candidatura en aquella esperpéntica moción de censura de Vox con Tamames al frente.

Pero, a veces, los planes no salen bien. Podemos marchó al Grupo Mixto pero se resiste a morir -la media de encuestas para el 9-J le otorga dos europarlamentarios frente a los cuatro de Sumar- y Díaz va encadenando fracasos electorales. El más doloroso, seguramente, el de su tierra, Galicia, donde se quedó fuera del Parlamento con un exiguo 1,9% de los votos, pero también el de las elecciones vascas, donde solo logró un escaño para Ezker Anitza-IU.

Así que toca hacer ruido, el mismo que denostaba cuando era Podemos el que sacaba los pies del tiesto, seguramente porque presentía lo mismo que ahora teme ella. Que, mientras Pedro Sánchez cae de pie una y otra vez, resulta sin embargo un activo tóxico para quienes le dan soporte y a la vez gobiernan. Le ha sucedido al PNV, que empieza, siquiera tímidamente, a marcar distancias y, de forma mucho más dramática, a Esquerra. Yolanda Díaz barrunta que puede ser la siguiente y sabe, de hecho, que la sobreactuación de Sánchez como dique de contención mundial de la ultraderecha es, en realidad, una OPA en toda regla a su plataforma, a la que busca engullir con la facilona dicotomía entre progresismo o motosierra.

Estamos, de nuevo, en campaña, y en puertas -quizás- de otras generales, así que se entiende el camino elegido por Díaz para resistirse al abrazo del oso: sobreactuar aún más. En tiempo récord, ha logrado escenificar una bronca interna en el Gobierno y soliviantar al PSOE como en los mejores tiempos de Iglesias al dejarle colgado de la brocha en la ley de abolición de la prostitución y, sobre todo, en la del Suelo. Tan estupendo se ha puesto Errejón al acusar a sus socios de añorar los tiempos de Aznar y del pelotazo, que hasta una ministra de las educadas y discretas como Isabel Rodríguez les ha llamado ignorantes. Lo de Palestina libre «desde el río hasta el mar» es harina de otro costal porque no ha hecho sino agravar, de nuevo en las carnes de los palestinos, la crisis diplomática con Israel. La posterior rectificación a medias solo ha servido para envalentonar a Irene Montero, que ha hecho suya sin matices la consigna de Hamás. El problema de sobreactuar es que solo funciona si no tienes competencia. Y Sánchez en eso es imbatible.