- El primer ministro británico, de fe hinduista, emite un mensaje para felicitar la Pascua. El Gobierno español prefiere celebrar el Día de la Visibilidad Trans
Todo indica que Rishi Sunak, el primer ministro británico, se pegará este año la mayor toña electoral de la política europea. Una amplísima encuesta ha dejado a los conservadores con solo 98 escaños frente a 468 de los laboristas, que han virado al centro tras el desparrame de estilo sanchista que supuso Corbyn. Una vez más, «Roma no paga a traidores», porque Sunak se aprestó a apuñalar a Boris, que lo había elevado a ministro de Hacienda. Esos facazos nunca agradan al respetable, a pesar de que el actual premier es un tipo bien preparado y de cabeza templada.
Sunak, nacido en Southampton, tiene solo 43 años y es hijo de indios que emigraron a Inglaterra desde África Oriental. Su padre era médico de familia y su madre tenía una farmacia. El chaval destacó por buena cabeza y acabó pasando por Oxford y Stanford. Luego se hizo socio de un fondo y ganó un porrón de pasta, que se amplificó cuando se casó con una riquísima heredera. Con el bolsillo ya repleto se metió en política, recorriendo así el camino inverso al de muchos dirigentes españoles, que han encontrado su medio de vida en ella.
Como inquilino del Número 10, Sunak presenta dos novedades curiosas respecto a sus predecesores: es abstemio –ay, si Churchill levantase la cabeza…– y es el primer mandatario británico no cristiano (Disraeli, que era judío, se convirtió).
Sunak profesa la fe hinduista, la religión politeísta que impera en la India. El Reino Unido sufre hoy una desasosegante crisis de fe. Solo un 43 % de la población declara creer en Dios o en «alguna fuerza superior». Por su parte la Iglesia de Inglaterra está de capa caída. Los afanes modernizadores de soniquete «progresista» le han sentado fatal, con templos desiertos, que no se animan ni con los cafés que han abierto en algunos atrios.
Pero aún así, el hinduista Sunak es muy consciente de que gobierna en un país de médula cristiana, por lo que llegada la Pascua de la Resurrección ha emitido un mensaje de felicitación para sus compatriotas cristianos, donde destaca «el asombroso trabajo de las iglesias y comunidades en parroquias de todo el país». Además sitúa los «valores cristianos» de «compasión, servicio y familia en el corazón de nuestra vida nacional». Concluye deseando a todo el mundo una feliz Semana Santa. Por su parte, Carlos III, convaleciente de una muy seria enfermedad, hizo un esfuerzo en festividad tan señalada para reaparecer en un oficio religioso celebrado en una capilla de Windsor.
Viajemos ahora al país que hizo universal el catolicismo. Por si nuestra izquierda no se acuerda: se llama España. Su presidente del Gobierno, que alguna vez ha felicitado el Ramadán de la manera más efusiva, es un ateo –a lo cual tiene todo el derecho, por supuesto– alérgico y despectivo con el catolicismo (a lo que ya no tiene derecho). Por supuesto no se ha dignado a acordarse de sus millones y millones de compatriotas que estos días conmemoramos la muerte y resurrección de Jesucristo. Su vicepresidenta Yolanda Díaz todavía ha empeorado la cosa de la manera más tontolaba, aprestándose a recordar que este 31 de marzo no celebrábamos, como se pensaba universalmente, la Pascua cristiana, sino «el Día Internacional de la Visibilidad Trans». Otras figuras del PSOE también han optado por el Día Trans, como el delegado del Gobierno en Madrid, personaje que va acreditando una maestría contumaz a la hora de equivocarse.
PP y Vox sí han felicitado la Pascua a los cristianos con mensajes en sus redes (Abascal lo hizo además personalmente, Feijóo se lo dejó al equipo de Génova). También ha estado en su sitio el Rey, presente en dos procesiones en esta Semana Santa. Aunque, si somos sinceros, a muchos nos agradaría haberlo visto ayer con toda naturalidad en una Misa de Pascua, como hizo su pariente británico. Históricamente no se entiende la monarquía española sin su catolicismo.
La izquierda que hoy nos mangonea no solo aspira a arruinarnos y a propagar una envidia resentida e insolvente. Quieren también reprogramar nuestras cabezas a golpe de ingeniería social. El ejercicio a veces concluye en ridículos calamitosos, como ha ocurrido con esta gili-cortina de humo del Día Trans para intentar lo imposible, opacar la maravillosa resurrección de Jesucristo que hace rebosar de alegría los corazones de aquellos a los que, por resumir y entendernos, me atrevería a denominar «las personas normales».