MIQUEL ESCUDERO-EL CORREO

Los avances no se improvisan, menos en un conocimiento que sea provechoso. Hay que asimilar los mejores logros en cada asunto, imaginar e integrar (o desechar) distintos puntos de vista, cotejar cambios en la perspectiva seguida o en el objeto de atención, siempre en la idea de «descubrir en lo que se ve la verdad de lo que es». Se necesitan, por supuesto, ganas de aprender con responsabilidad cívica y descargados de manías ideológicas. Cultivar de continuo el respeto a la realidad, con los ojos bien abiertos a los mensajes tóxicos que corroen lo positivo que nos rodea. Y, en consecuencia, cerrarnos a la sinrazón y a las arbitrariedades.

No hay ciencia ‘buena’ sin ética, si no se fomenta la igual dignidad de todos los seres humanos y se celebra su común identidad. De ahí que no debamos separarnos del concepto de justicia.

Nuestro planeta sigue llenándose de vertidos tóxicos y de basura no solo física, sino intelectual (con una enorme propagación de errores y falsedades). Hay organizaciones que empeñan poderosos medios en bloquear la mejor versión de los humanos, apagando todo destello de ilusión y esperanza y conduciéndolos a la estrechez mental y moral, a la angustia.

No tengo datos más recientes, pero hace unos diez años se cifraba el número de discapacitados en un 10% de los habitantes de la Tierra. Todos ellos son importantes y necesarios. El célebre físico Stephen Hawking -en silla de ruedas desde los 22 años por padecer esclerosis lateral amiotrófica- creía que los discapacitados deben concentrarse en las cosas que su discapacidad no les impida hacer, y no lamentarse de las que no puedan hacer. ¿Hay algo mejor?