Las bases del plan que presentó el PNV a los socialistas las firmaría cualquier constitucionalista, pero «el entendimiento entre diferentes» no ha sido nunca el lema de Ibarretxe. Una vez formado el Gobierno, ¿habrá entendimiento con el PNV? El vértigo se apodera de la escena. ¿Una baraja con el PP para la investidura y otra con el PNV para gobernar? Lo dice Urkullu porque sabe que la idea puede calar hondo.
Antes de la final de la Copa, Patxi lehendakari». Lo dicen los socialistas vascos, que están como una piña en torno a su candidato. Y, a pesar de la presión que están soportando, siguen adelante con sus planes trazados desde hace algunos meses. Desde que el dirigente socialista anunció en la noche electoral que pensaba presentarse ante el Parlamento como candidato a lehendakari, el mando de la presión se ha activado desde muchos flancos: desde el PNV (que ha ganado las elecciones pero no aglutina la mayoría), desde los sectores más radicales del nacionalismo que vuelven a agitar el fantasma del miedo como hicieron en 2001 -que viene «el lobo», que viene «España»- y desde algunos sectores de opinión que pretenden influir para que el socialismo vasco no se despegue del PNV, porque todo vale antes que deber un favor al PP.
Casi todos se conjuran para condicionar a Patxi López, que no sólo no ha ganado las elecciones sino que, para gobernar, necesita del apoyo de los 13 diputados del PP. La suma, si se incluye a UPD, no pertenece sólo a los socialistas en particular, sino a los constitucionalistas en general. Ésta es la realidad que arrojaron las urnas el pasado 1 de marzo en Euskadi. Tan cierta como que el PNV ganó las elecciones pero que, a pesar de sus 30 escaños, no logra sumar la mayoría necesaria para gobernar. Parece mentira que tengamos que repetir estos dos titulares desde el pasado día 1. Pero el vuelco que se está produciendo en el ambiente político vasco es tan importante que vale la pena reconocer el resultado del partido, tal como quedó.
No va a ser fácil para los socialistas vascos gobernar con 25 escaños de los 75 que conforman el hemiciclo de Vitoria. A estas alturas, se descarta cualquier problema para la investidura de Patxi López como lehendakari, gracias a la buena disposición del partido de Antonio Basagoiti. Pero el nacionalismo político no se va a resignar en la rutina de la legislatura. «El cambio es ya imparable», aseguran los máximos dirigentes del socialismo vasco a los ciudadanos más escépticos sobre su arrojo para gobernar este país sin la ayuda del PNV. Lo quieren hacer. Lo van hacer.
De hecho, quieren quemar pronto esta etapa para poder pasar a los hechos y demostrar que están preparados para dirigir la nave. Repiten hasta la saciedad que el alcalde de San Sebastián empezó su primer mandato con el apoyo del PP y lleva ya 19 años en su cargo. Y apelan a la memoria. «Hemos gobernado muchos años con el lehendakari Ardanza. Tenemos gente preparada. No somos novatos». El plan que presentó la pasada semana el PNV a los socialistas contenía unas bases que las hubiera podido firmar cualquier constitucionalista, pero «el entendimiento entre diferentes» no ha sido nunca el lema de quien hasta ahora ha sido jefe del Ejecutivo vasco.
De ahí que sigan planeando las dudas. Una vez conformado el Gobierno, ¿habrá entendimiento con el PNV? El vértigo se vuelve a apoderar de la escena. Y el mando de la presión se activa de nuevo. ¿Una baraja con el PP para la investidura y otra con el PNV para gobernar en un segundo tiempo? Lo dice Urkullu porque sabe que la idea puede calar hondo. Y los socialistas vuelven a negar. Cuando le presionan desde algunos sectores de opinión de Madrid para que tenga en cuenta al PNV para gobernar, a Patxi López le retumba la voz de quienes le insisten en que, para ser alternativa tal como prometió en su campaña, el PNV tiene que pasar a la oposición.
Todo un dilema que, en principio y si los hechos no demuestran lo contrario, parece resuelto. Son días intensos en el panorama político vasco. En la familia socialista se evoca especialmente al desaparecido Mario Onaindia. Sobre todo entre la militancia que procede de Euskadiko Ezkerra. Por dos razones: porque su mujer, Esozi Leturiondo, ha conseguido repetir escaño (esta vez tan reñido, en liza con EA) y porque al dirigente vasco le habría gustado ver la imagen del cambio.
Hoy el PNV termina su ronda de contactos en cuanto se haya reunido con el PP. Urkullu empieza a hacerse a la idea de que su poder quedará concentrado en las diputaciones forales (dos de las cuales gobierna gracias a un «golpe institucional») desde donde el PNV aplicará una política de «choque» con el nuevo Gobierno de Ajuria Enea. Los socialistas empiezan su turno de rondas. No quieren eternizarse. Detectan que hay una sensación de «miedo escénico» más lejos de sus influencias. Ellos no tienen vértigo. A su alrededor, sí lo hay. Por eso quieren pasar a limpio todos sus proyectos de Gobierno.
Entre otras cosas para derribar dos importantes mitos que han mantenido amarrada a la ciudadanía vasca durante casi treinta años. El primero: que es falso que «en Euskadi nada es posible sin el PNV pilotando el barco» y el segundo, y no menos importante, que tampoco es cierto que «sin el PNV no se puede acabar con ETA». Llega la hora de los hechos. Patxi López cuenta para su Gobierno con independientes sobradamente preparados. Cualquier ayuda será poca. No vendría mal, por cierto, que el presidente Zapatero saliera de su ensimismamiento y le pasara una seña de reconocimiento, apuesta por el cambio y apoyo en público a Patxi Lopez. Una cosa es que no quiera humillar al PNV, que es el ganador de las elecciones. Otra muy distinta es que parezca que la situación le supera. Tan dominador de la escena, tan maestro de la propaganda, si ahora permanece tan callado, va a parecer que el presidente del Gobierno también tiene vértigo.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 9/3/2009