Juan Carlos Girauta-El Debate
  • Es básicamente la derecha comprometida con la guerra cultural la que hoy conserva el legado intelectual del marxismo. Bien porque de ahí venimos, bien porque la objetiva superioridad intelectual de la nueva derecha exige conocer las raíces del adversario

Nadie debería debatir desde la presunción de poseer una superioridad moral basada en la adscripción (por otra parte, nominal) a una ideología. De hecho, la adscripción real es casi garantía de que la moral cederá, igual que la razón, cuando la cuestión a discutir tenga prevista su casilla en la construcción ideológica que se profesa. Cosa que sucedía siempre, por definición, a cuantos abrazaban ideologías omnicomprensivas. Hablo en pasado porque el woke, único que hoy se cree (mágicamente) superior, no lee. Las ideologías tenían la ambición de explicar el mundo, haciendo encajar en su sistema cuanto había existido, existía o iba a existir. Hoy comprendemos las dimensiones del disparate. Mejor tener un ideario.

Jean-François Revel escribió páginas poderosas contra la tentación de suscribir una ideología. Su argumento no era nuevo (tener ideología equivale a llevar unas anteojeras), si bien el autor de El ladrón en la casa vacía lo defendió con particular eficacia. Con todo, muchos dirían alegremente que Revel tenía ‘una ideología liberal’. Soy liberal, pero si el liberalismo es una ideología, me bajo. Cuando profesas un modesto ideario no das por hecho que cualquier asunto está resuelto antes de planteártelo.

Si los pitagóricos reproducían un aserto de su maestro, la discusión se acababa al instante, quedaba zanjada por la infalibilidad del citado. Se sabía porque el que evocaba las palabras de Pitágoras decía «Αὐτὸς ἔφα» (autos efa): «Él mismo lo dijo». Los pitagóricos eran una secta de la que apenas ha llegado al conocimiento convencional el teorema de Pitágoras, probablemente descubierto por algún discípulo. Todo lo que salía de esa escuela se lo atribuía (o se le atribuía a) Pitágoras.

Esto me recuerda la imperdonable trilogía de Manuel Castells La sociedad del conocimiento. Por supuesto, no es el único catedrático, ni de lejos, que se apropia del trabajo de sus alumnos. Pero me apetece citarlo porque me sigue debiendo los sesenta euros que me gasté en su collage. El marxismo, el marxismo-leninismo o el maoísmo teóricos han sido sectas en plan pitagórico, pero carentes de utilidad. Solo sembraron destrucción. También en las viejas y estériles discusiones (que aún recuerdo) funcionaban el «Αὐτὸς ἔφα». Marx dijo x. Y si x sonaba realmente a frase memorizada, controversia zanjada.

La herencia de las sectas comunistas o socialistas se ha dividido entre la izquierda y la derecha. A la primera –con escasas excepciones– solo le ha llegado la sensación de superioridad. Antes era pura arrogancia intelectual, la del que se sabe en posesión mental de un sistema omniexplicativo; ahora, por la falta de lecturas, el izquierdista prefiere no meterse en jardines argumentales y tira de superioridad moral. (He aquí una de las formas de entender la sustitución de la vieja izquierda materialista por el ‘wokismo’, un idealismo lerdo). Es básicamente la derecha comprometida con la guerra cultural la que hoy conserva el legado intelectual del marxismo. Bien porque de ahí venimos, bien porque la objetiva superioridad intelectual de la nueva derecha exige conocer las raíces del adversario.