Juan Carlos Girauta-El Debate
  • En cuanto al infecto segmento que desde las redes sociales abominaba del ‘wokismo’, es decir de la izquierda, de lo que ahora es la izquierda, merecían que la Policía se plantara en sus casas y los detuviera, que el fiscal les acusara de delitos de odio y que a los disidentes se les pasaran las ganas de hablar

Aciertos productores con mala suerte se les ocurrió un negocio que, a simple vista, carecía de riesgos y prometía jugosos beneficios. Fue hace cuatro días, como quien dice. Nada, el periodo de tiempo que va de la aparición y aceptación de una idea para una nueva película, hasta que esta se estrena. Estoy hablando de Superman, de su enésima versión cinematográfica. Pongamos que el proceso referido haya durado dos, tres años. ¿Cómo no se le había ocurrido a nadie hasta ahora presentar a Superman, inmigrante, defendiendo causas woke? ¡Es verdad! ¡Increíble! ¡Menuda oportunidad! Y supongo que brindarían por el negocio, tan fácil que se hacía difícil llamar inversión a la pasta que pusieron. Una inversión sin riesgo no es una inversión. Y tal.

Pues resulta que se equivocaban. Se equivocaban como el pobre que tildó a Milei de ‘fenómeno barrial’. Se equivocaban como todos los que dieron por descontada la desaparición de Trump de la vida política. Una desaparición humillante, por lo demás. Se equivocaban como la marea mediática que despachó a Meloni como una fascista sin más. Se equivocaban como los que consideraban El Salvador un país desahuciado, un Estado sin futuro que nunca recuperaría el monopolio de la violencia. Es decir, los que parieron la nueva ‘Superman’ metieron la pata hasta el corvejón por la misma razón que llevó a creer a la mayoría de habitantes de la enorme burbuja político-mediática que la hegemonía woke en Occidente no tenía vuelta atrás. Que sus causas estaban consolidadas. Que en la nueva era podría mencionarse algún concepto marxista, pero que el izquierdismo woke era la normalidad, era la cordura y era la obligación de todos nosotros dado lo inamovible de aquello que sus causas tienen de justo.

En cuanto a la derecha que se negaba a bajar la cerviz, eran fascistas, nazis, mala gente, tipos peligrosos. Generaban odio al llevar la contraria. Merecían ser canceladas sus conferencia o conciertos, se les impediría presentar documentales. En cuanto al infecto segmento que desde las redes sociales abominaba del ‘wokismo’, es decir de la izquierda, de lo que ahora es la izquierda, merecían que la Policía se plantara en sus casas y los detuviera, que el fiscal les acusara de delitos de odio y que a los disidentes se les pasaran las ganas de hablar. Como en el Reino Unido.

Y entonces va y zas, la hegemonía woke se diluye. Trump, Milei, Meloni y Bukele logran lo que se tenían por imposible y por eso no se intentaba. Los perezosos de la vieja derecha se han convertido al ‘wokismo’ a golpe de conveniencias y de apocamientos. Pero ni siquiera el oligopolio mediático orwelliano puede parar la ola gigante de la nueva derecha. Ya no forjan la opinión pública, pronto nadie verá la televisión ni pagará por un diario. ¡Parece mentira! ¡Sociedad de ignorantes! —exclaman los nuevos ignorantes, que están en la academia y en los medios convencionales. Nadie verdaderamente leído es woke. ¿No han reparado en ello?