Juan Francisco Ferré-El Correo

  • El sanchismo, para bien y para mal, es una variante política del surrealismo

Nadie se llame a engaño. Ahora, más que nunca, sabemos de verdad qué es el sanchismo. La derecha pecó de prematura al querer derogar algo que sus líderes eran incapaces de definir con exactitud. Con esta nueva legislatura, vamos a poder disfrutar del producto original en su esencia más pura. Sanchismo concentrado. Solo espero que este placer culpable, ver a España gobernada por el frikismo periférico, no nos condene después al gobierno de la derecha extrema. Qué es el sanchismo, pues, sino una voluntad de poder ilimitado expresada bajo la etiqueta ideológica más conveniente conforme a la necesidad de ocupar el poder sin alternativa.

Esta mala película nos la sabemos de memoria, ya la hemos visto proyectada una y mil veces en todas las pantallas, como en un bucle eterno. Todo vale, incluso lo que antes se reprobaba con la misma retórica y el mismo énfasis que ahora se utiliza para justificarlo, con tal de coronar al líder del partido como máximo mandatario del país. El sanchismo es el nombre de la patología política que se ejerce al servicio de la sinrazón y la insensatez del poder como argumento maquiavélico para transformar la anomalía en normalidad.

El mundo al revés, la utopía patas arriba, la pesadilla orwelliana disneificada, eso es el sanchismo genuino. Machos maltratadores que se declaran mujeres inocentes, violadores y malversadores que salen de la cárcel sin cumplir su condena o la ven rebajada, prófugos de la ley reconvertidos en prohombres que deciden el destino de la nación, ministros y ministras incompetentes que se perpetúan en el cargo por decreto, instituciones y medios cómplices de sus desmanes, terroristas ensalzados, indultos sesgados, nacionalistas pueblerinos que pasan por cosmopolitas cultivados, dictadores tercermundistas tratados con todos los honores, corruptos y abusadores mantenidos en puestos federativos, élites globalistas dictando a la mayoría un régimen de vida espartano. El balance es terrible. Para qué seguir. La lista es digna de una enciclopedia china de disparates y engendros.

En esta segunda década del siglo XXI, un mundo absurdo donde la arbitrariedad y la impostura son los valores dominantes, necesitamos el realismo y el rigor, la seriedad y la honestidad, para defendernos de un poder que pretende imponernos el despotismo de su fantasía política. Se acabó el tiempo de las ocurrencias y las quimeras. No tienen gracia ni encanto. Las risotadas resuenan siniestras. El humor surrealista se ha vuelto costumbrismo grosero.