ABC-LUIS VENTOSO

El más grave es que Sánchez asume la mentira como aceptable

EL doctor Sánchez –suponemos que le halagará que empleemos un título tan cultivado– ha causado en solo cien días importantes destrozos a su país. Tres errores capitales, difíciles de perdonar, pues todos entran en la categoría de lo superfluo y atienden a una obsesión ególatra por hacerse con el poder a cualquier precio.

El primer destrozo es que ha roto el pacto no escrito que unía a PP, PSOE y Ciudadanos en defensa de la unidad de España y el orden constitucional. Para llegar al poder –y es importante repetirlo hasta el hartazgo–, Sánchez traicionó a las formaciones constitucionalistas y se alió con los partidos que trabajan en la destrucción de nuestra nación. Por duro que suene, cometió por tanto una felonía antipatriótica, y resulta desolador el silencio cobardón que impera en el PSOE ante semejante ataque a una piedra angular de nuestra democracia.

El segundo destrozo consiste en que cuarenta años después del pacto de concordia de la Transición pretende dinamitarlo, abriendo innecesariamente viejas afrentas guerracivilistas que se daban por perdonadas. Sánchez ha retomado el proyecto sectario de Zapatero de levantar un cordón sanitario que cerque las querencias liberal, centrista o de derechas como éticamente inadmisibles. Tal estrategia expele un aliento totalitario, pues convierte al adversario político en enemigo, negándole el pan y la sal. Sánchez está propiciando que los españoles vuelvan a odiarse por motivos ideológicos.

Pero siendo esos dos destrozos muy graves, es el tercero el más dañino, porque corrompe el oxígeno moral que vivifica toda sociedad sana. Y es que Sánchez asume la mentira como algo perfectamente aceptable en la vida pública, incluso en las más altas magistraturas, y miente sin empacho y por ahora sin consecuencias (hasta que permita hablar a las urnas). Rajoy tenía sus defectos. Se le subían los caracoles y tardó demasiado en limpiar su cocina. Pero cabe recordar algo en su honor: nunca mintió flagrantemente y además castigó la mentira ajena (véase el caso Soria). Por el contrario, Sánchez y el sanchecismo han convertido la mentira en una herramienta política más. El ministro Ábalos enfatizaba en enero que el PSOE jamás buscaría el poder con apoyo de los separatistas. Obviamente mintió. Sánchez llamaba Le Pen a Torra solo dos meses antes de convertirlo en su aliado parlamentario. Mentía. En su moción, Sánchez prometió elecciones y una TVE «plural e independiente». Mentía: se niega a convocar los comicios y ha sometido TVE a su dictado. Sánchez aseguró el miércoles en el Congreso que su tesis estaba colgada en internet, pero la subió dos días después. Ergo mintió con desfachatez en sede parlamentaria. Sánchez cometió engaño en sus estudios, haciéndose de manera vidriosa con un doctorado cum laude. Descubierto el engaño, acosa a los medios y amenaza a la oposición desde su escaño con un «os vais a enterar» (un matonismo tan inadmisible en un gobernante democrático que por sí solo debería conllevar su marcha).

España es hoy rehén de un gobernante de paupérrimo umbral moral, que da por válida la mentira.