LA AÚN presidenta de Andalucía en funciones, Susana Díaz, mostró ayer unas dotes para la ubicuidad que puede dejar como un simple el mismísimo Dios Padre. Estaba dentro del Parlamento y también fuera, encabezando simbólicamente el escrache que el feminismo de izquierdas planteaba a un Gobierno en proceso de formación. Eran 2.000 manifestantes, según la Delegación del Gobierno (socialista) aunque el corresponsal de TVE 24h expresaba su entusiasmo por una marea morada de 10.000 asistentes.
O asistentas. Ninguna democracia europea, salvo la española, admitiría una manifestación ante un Parlamento cuando está en sesión. En teoría, tampoco el español. Lo dice el artículo 494 del Código Penal: «Incurrirán en la pena de prisión de seis meses a un año o multa de 12 a 24 meses los que promuevan, dirijan o presidan manifestaciones u otra clase de reuniones ante las sedes del Congreso de los Diputados, del Senado o de una Asamblea Legislativa de Comunidad Autónoma, cuando estén reunidos, alterando su normal funcionamiento». Pero la presidenta en funciones de la Junta no concibe esa razón. Era a ella a quien correspondía la responsabilidad de restaurar el orden conculcado, pero era al mismo tiempo la cabeza de la manifestación.
Y justificó el escrache acreditando su condición de Platera con un par de roznidos insuperables: era en defensa de las mujeres, tarea en la que no se puede dar «ni un solo paso atrás». Cuando el candidato de Vox calificó el plante como ‘kale borroka’, ella dijo que eso era querer justificar la violencia contra las mujeres: «El terrorismo machista se ha cobrado las vidas de más mujeres que cualquier otro terrorismo». Terrorismo machista; ella ha repetido varias veces un sintagma que es probablemente la única estupidez, el único rebuzno que comparte con el secretario general de su partido.
Ella y el doctor Sánchez deberían leer a Juan Aranzadi y a Ferlosio para comprender al terrorista y la naturaleza semiótica de la sangre que derrama. No hay nada personal: un guardia es igual a otro, los asesinan por el mero hecho de serlo. Los machistas no son genocidas que satisfagan su pulsión asesinando a cualquier mujer. Siempre matan a las suyas.