DAVID GISTAU – ABC – 29/09/15
· Resulta fácil imaginar a Mas abandonado por una tripulación de complicidades radicales en una isla desierta.
Ayer, todavía en Barcelona, pude contemplar un encomiable desafío humano al valor categórico de la aritmética. Comentaristas favorables a la independencia colocaron sobre la mesa la materia prima del 52%, como si se tratara de un pedazo de atún rojo destinado a ser fileteado para «sushi», y lo sometieron a todo tipo de trampas contables, como un tahúr contando al mus, hasta demostrar que 47% es más que 52%. ¡Bravo! Si además son capaces de hacer aparecer un conejo, los contrato para amenizar cumpleaños.
Pese a estos juegos de trileros, y pese a la sobreactuación épica en los discursos de personas que lejos del atril ponían cara de párpados caídos, ayer quedó quebrada para siempre la pretensión patrimonial, unívoca, que el nacionalismo tenía de la sociedad catalana. No la representan en monopolio, no representan ni a la mitad exacta. Esto en realidad ha de entenderse a ambas orillas del río Ebro, para hacer, a este lado, cierto esfuerzo por comprender por fin que catalán e independentista nunca fueron sinónimos, ni aunque haya tardado en reaccionar una porción social que durante muchos años, abrumada, fue tan indetectable y mítica como el monstruo del lago Ness.
Pese al fileteado del 52%, resulta fácil imaginar a Mas abandonado por una tripulación de complicidades radicales en una isla desierta, junto a un cofre que contiene los cachitos de Convergencia, igual de chiquitos que los de la Democracia Cristiana italiana después de 1992. El «quilombo» y el bloqueo parlamentario que este hombre dejará como legado, además de la destrucción de su hábitat político, definitivamente absorbido por la izquierda radical, lo convierten en favorito de una competición donde abundan los candidatos: la de personaje más nefasto del ciclo del 78.
Convergencia y el pujolismo no son los únicos personajes clásicos que parecen abocados a la exclusión de un momento determinante. El vapuleo al PP y su degradación catalana a la condición residual coinciden con el instante de máxima motivación de su clientela potencial. Puede ser que haya faltado algún salto más en paracaídas de Margallo de misión comando tras las líneas enemigas. Al PP se le ha apartado en Cataluña de la defensa de valores que también creía patrimoniales. Cuando un electorado no independentista buscó unas siglas que lo representen en los próximos meses vitales, el actor elegido fue Ciudadanos. El PP trató de apropiarse de la Constitución como su único defensor fiable.
Cuando ha hecho falta elegir en Cataluña un partido a quien encomendársela, el PP ha sido descartado con brutalidad. Los resultados no son extrapolables a las generales. Pero he aquí una advertencia, ante la cual Rajoy no puede seguir pasmado –o sí, ya qué más da–, de que los trocitos del PP también pueden terminar en un cofre mientras otro partido sin corrupción ni desgaste termina siendo el que reciba los mandatos naturales de la organización que antaño se propuso quedarse con cuanto estuviera a la derecha del PSOE.
DAVID GISTAU – ABC – 29/09/15