ARCADI ESPADA-EL MUNDO

Mi liberada:

Doy por hecho que estás al corriente de la noticia de los últimos días y probablemente de la década: Suso de Toro, Susote, y Steven Pinker han suscrito una deposición eclesiástica a la que llaman «Petición pública en favor de una negociación pública sobre Cataluña». Los acompaña la soldadesca de la antigua equidistancia, Victoria Camps, Ignacio Sánchez-Cuenca, Daniel Innerarity, alineada hoy forzosamente, tras la sentencia del Supremo, con el independentismo sedicioso. Y también algunas otras personas que no entienden el castellano. Noam Chomsky, el idiota más inteligente del planeta; Slavoj Žižek, cuya farsa intelectual –que ocupó en otro tiempo ampulosas dobles páginas de este periódico– acabó el día (18 de octubre 2019) en que Thomas Moller-Nielsen le ajustó definitivamente las cuentas en Current Affairs, o Anthony Giddens, cuyo tercerismo profesional le ha llevado ahora a elegir el camino entre el bien y el mal.

«Petición pública», dicen, «en favor de una negociación pública sobre Cataluña». Si clavara en un corcho, como mariposa atravesada, la palabra negociación, cualquiera vería que el objeto a negociar es la democracia. Pero ni siquiera tal lepidóptera es necesaria. Basta fijarse en el objeto que declaran. Una negociación sobre Cataluña. Tout court. Aunque les comprendo. No se atreven a decir la independencia de Cataluña, porque la señorita Camps pediría las sales y después un emético, dada su ciencia. Igual suerte oblicua corre referéndum de autodeterminación. Con él se habrían atrevido de estar en el Gobierno la derecha. Pero ahora no hay que poner en problemas maximalistas a la izquierda que va a gobernar. Y tampoco piden negociar el autogobierno de Cataluña. Normal. Que alguien dé un golpe de Estado para negociar competencias o dinero fresco solo lo sostiene Manuel Marchena, al que extrañamente no veo entre los firmantes. Esta falta de precisión general solo indica el narcisismo congénito del asunto y la vacua estupidez de sus propósitos. Y algo más: la utilización del abstract Cataluña, tan nacionalista por sí mismo, indica que no hay nada que negociar. Una convicción que sostiene la mitad de los catalanes. Esa otra mitad que la deposición absolutamente ignora para así poder decir Cataluña con aberración y fatuidad y eludir la pregunta clave de en nombre de quién coño hablan.

La Petición, como declaran, fue redactada después de la sentencia del Tribunal Supremo. Veamos con detalle lo que quiere decir esto. El Alto Tribunal de un Estado de Derecho sentencia que el proceso liderado por un grupo de líderes políticos es un grave delito contra la democracia. Cualquier demócrata entendería que la sentencia cierra el caso y que es ilegítima cualquier negociación con delincuentes. Así lo entendió el Estado español y casi todos los intelectuales del mundo cuando los tribunales sentenciaron contra los golpistas del 23 de febrero. Nada hubo que negociar entonces con los militares que denunciaban –también– un problema político. En cualquier caso la deposición tiene claro que la hora de la negociación ha llegado. La razón es que en Madrid habrá un gobierno de «carácter progresista», es decir, un gobierno con el apoyo de Esquerra Republicana, el partido sedicioso. Miles de veces me digo que hay que escarbar en la basura, que allí se esconden las perlas con un fulgor imposible. A veces creo que lo digo para consolarme de trabajo tan triste. Pero no. La descomposición está muy vinculada con la verdad. España es el único lugar del mundo donde hay un, supuesto, «nacionalismo progresista». Donde la desigualdad ontológica del nacionalismo, su imposibilidad democrática, puede ser de izquierdas. Por progresista, un gobierno negociará con el nacionalismo, anuncia la deposición. Y esa es la prueba, la perla, de que el gobierno que traman el Psoe y la partida Podemos no será jamás un gobierno progresista.

A partir del párrafo siguiente, que es el de las constataciones, la desvergüenza se numera. En el párrafo 1 Susote y Pinker declaran que el Proceso fue pacífico hasta la condena y que la sentencia es la causa de una violencia que ha causado 600 heridos. Diséñese el siguiente escenario alternativo. Que el Supremo hubiese sentenciado la absolución y que otra turba distinta de nacionalistas hubiese causado 600 heridos. Medítese entonces a quién responsabilizaría la deposición de la violencia. Merece constatarse también que entre los firmantes hay rectores que aprobaron y alentaron la considerable alteración del funcionamiento normal de la comunidad educativa y que se quejan en el texto de «la considerable alteración del funcionamiento normal de la comunidad educativa». En el párrafo 2 se practica una operación parecida, pero aún más insidiosa. Se dice que «ante los graves altercados en las calles de Cataluña, el gobierno autonómico catalán ha solicitado reiteradamente establecer una negociación con el gobierno español a fin de abordar el “conflicto”» y que «tal petición no ha sido atendida». Se observará la ignorancia de un grave dato fáctico. Y es que «los graves altercados en las calles de Cataluña» fueron y son alentados obscenamente por el gobierno autonómico catalán; y que la voluntad de presentarlo como un agente neutral ante la devastación es puramente delictiva. De los dos sumandos resulta este párrafo en cuya gramática depredada y enternecedora facundia se advierte el inconfundible carácter del buen Susote: «Ante dichas circunstancias, no podemos quedarnos de brazos cruzados con indiferencia ante lo que está sucediendo en Cataluña». Pero ríete tú del chaval adónde ha llegado: a cuatro manos con Pinker.

Por lo tanto descruzan los brazos. Y piden. Nada menos que piden, los activistas. Lo primero «desescalar la tensión social». Tanto Elements of Style para acabar firmando desescalar. Pero, en fin, no deja de ser un barbarismo. Lo bárbaro es escribir: «Deploramos las acciones violentas». Deplorar es un verbo batasuno. Cuando no se condena se deplora. Se trata del fondo de armario de la tradición inmoral española. No es la primera vez que acuden a ella. Líneas atrás aludían al «conflicto». Lo ponían entre comillas para pagar derechos de autor o, quizá, para mantener una cierta pudicia. Sin embargo, la segunda vez que lo citen ya lo habrán hecho plenamente suyo. Ya se sabe: donde hay confianza da asco. «Pedimos que se abandone la estrategia de judicializar un conflicto de clara naturaleza política». Parecen atontaos, joder. Como si la judicialización no hubiese ya acabado con los 13 años de arresto domiciliario a Junqueras. Pero solo es su manera hipócrita y cobarde de pedir la amnistía. Cuando se dice que no hay que judicializar el conflicto solo se dice que no hay ni ha habido delito. Y decir eso después de la sentencia es decir también que no existe en España el Estado de Derecho. La deposición concluye pidiendo que todo acabe bien, sarna.

La única razón de que me infectara con este texto es Steven Pinker. He leído todos sus libros y uno de ellos, La tabla rasa, me cambió. Es un hombre afable y trata siempre de que su actitud intelectual esté basada en la evidencia y en la honradez. Hace un año, en Madrid, tuvimos una cena larga y agradabilísima, donde hablamos de infinidad de cosas. De Cataluña, de Canadá, de Mordecai Richter y del ínfimo nacionalismo. Y, sobre todo, del eufemismo. Cuando vi su nombre entre la patulea solo pude gritar «¡Traición, fementido!». Aunque dudé, acabé escribiéndole: «Qué sorpresa tan desagradable, admirado Steven. Cómo es posible que hayas decidido firmar un manifiesto nacionalista, que va contra todo lo que nos une y contra el pensamiento ilustrado que ha sido siempre tu guía. Sinceramente, espero que hayas sido víctima de un engaño. Con todo afecto.»

Contestó al cabo de un día. Así empezaba: «Le he pedido al promotor de la petición que elimine mi nombre de la versión online y de todas sus futuras impresiones». Y así acababa: «Lamento haberlo firmado y espero no haber causado ningún daño. Con mis mejores deseos, Steve».

Así pues, ya no hay deposición. Sólo él la sostenía. Sacadle rápido de ahí. Para que el texto esté en su contexto: los palotes de Susote.

Y tú, sigue ciega tu camino.

A.