- A Rajoy los ‘líos’ le gustaban tan poco como a Feijóo, y, aunque no lo recuerdo citando libros, sí le oí discursos que llevaban el sello del hombre familiarizado con la literatura. Como era un cachondo, simulaba leer solo el Marca. A mí me caía bien a pesar de todo lo que no hizo. No importa cómo nos caiga Feijóo si acaba haciendo lo que debe
Horas antes del comunicado del PP anunciando que había intentado «actualizar el estado de las conversaciones» con Sánchez para la renovación de órganos y para modificar la LOPJ, recordé el día en que Mariano Rajoy nos llevó a conocer el hielo, la frialdad de un bolso sobre el escaño del presidente. Un bolso dio la cara ante la censura de los socialistas, los chavistas y la morralla nacionalista, incluidos los que llevan la marca de la capucha en el aura.
En otra ocasión habría disfrutado de lo estético, no voy a negarlo, una ausencia y un bolso, ahí tan solo y mudo, tan impotente, aunque Dios sabe qué secretos del CNI guardaría junto al pintalabios. Pero lo que pudo ser una propuesta artística, el objeto en busca de sentido, o el gobernante objetualizado, o los objetos fuera de lugar, se había convertido en un amargo trago. No era un Duchamp: era la deslealtad a España de Rajoy, un señor muy simpático que había llegado a presidente para arreglar las cuentas y, aprovechando, sumir al país en una larga siesta. La heroica nación. Antes que comprometerse a convocar unas elecciones que Ciudadanos habría ganado según la demoscopia del momento, prefirió que Sánchez gobernara. Antepuso los intereses de su partido a los de España, fue más el presidente del PP que del Gobierno.
Esos antecedentes me predispusieron para estar preocupado y atónito muchos meses después, frente al pelotón de fusilamiento (ay, no), el día en que el PP acabó anunciando que las negociaciones quedaban suspendidas. Preocupado porque el líder de la oposición había empezado a mostrarse tan proteico como Rajoy; si este se trocó en bolso, aquel se estaba convirtiendo por momentos en Gracita Morales y solo le faltaba llamar a Sánchez ‘señoriiito…’ Una cosa es la educación y otra el servilismo. Atónito porque Feijóo no sacaba el menor provecho entregándose a los términos y a los tiempos del adversario.
Rajoy, en su pachorra indecible, tenía su lógica y su objetivo: mantener al PP como partido alfa de la derecha cerrando el paso a Ciudadanos, sin reparar en los costes que pagaría el país en términos de estabilidad, calidad democrática e integridad institucional. Pero Feijóo, pactando la renovación del CGPJ y unos nombres para el TC, y aceptando un compromiso de reforma legislativa que en nada vinculaba a la contraparte (el hombre más mentiroso de Occidente), arrojaba piedras sobre su propio tejado. Disgustaba a sus votantes cuando estos tienen otra opción para que se forje la mayoría alternativa que ha de acabar con el sanchismo. El cambio del sistema de elección del CGPJ (para adaptarse a las exigencias del Consejo de Europa, de la Comisión Europea, de la inmensa mayoría de la judicatura y de los partidos que rechazan el pasteleo) ya no nos la creemos si no la vemos. Una promesa de Sánchez, la palabra de Sánchez, la buena disposición de Sánchez… Anda ya. Pero es que el autócrata ni siquiera maquillaba la tomadura de pelo, realmente quería ver a Feijóo haciendo de Gracita Morales. Cosas de los espíritus crueles.
Podía imaginarme, antes de la suspensión que debería ser ruptura, a los sucesores de Casado y Egea tragándose en Génova 13 las mandangas de unos asesores caros, muy caros. Tanto que no creerles les parecería como tirar el dinero, y eso nos deja mala conciencia a los cristianos. Les venderían la moto de la moderación, como si Feijóo la necesitara. Los politólogos caros y los redactores jóvenes identifican la moderación con ser socio de Bildu y, en general, de cualquier enemigo del régimen constitucional. O con ir de buen rollo mientras caen los cascotes de la Constitución. He visto comprar esa moto de gran cilindrada a hombres muy capaces; los ‘power point’ de los nuevos pícaros tienen efectos narcóticos con pérdida de la voluntad, como la burundanga, qué le vamos a hacer.
Pero por fortuna llegó la buena noticia: Feijóo se planta. Es la frase que corría. Jamás creí que fuera a tener ocasión de wasapearla. Puse la lupa, claro. «Suspender» negociaciones no es romperlas. Vale, entiendo que el resultado puede ser el mismo y así pareces menos culpable. Entonces recordé que la derecha ‘malgré elle’ vive muy preocupada dando explicaciones y usando subterfugios para que no la culpen. ¿De qué? ¡De todo, por algo es la derecha! Por supuesto, de este tipo de complejos solo se libra uno desenfundando el dedo índice, señalando al traje vacío que ha dado nombre al sanchismo y acusándole a él a jornada completa. ¿Acusarle de qué? De todo, ¿quién gobierna, eh?
Quizá lo haya resumido demasiado, así que voy a hacer el enésimo esfuerzo: el sanchismo te está deslegitimando cada día y tú, increíblemente, les das parte de razón con tu actitud. Alimentas el prejuicio con el que negarán tu derecho a gobernar: eso de que necesitas a la extrema derecha. En vez de invertir tiempo y estrategia en desmontar el sambenito y la hipocresía de la izquierda, en vez de recordarle al PSOE con quién gobiernan ellos, en vez de refrescarles su historia, ahora que se empeñan en llevar a noticia de actualidad la Guerra Civil, lo que haces es interiorizar sus premisas, usar su léxico, rilarte.
Eso es porque a Feijóo no le gusta la guerra cultural y Lakoff le interesa tanto como Orwell. A Rajoy los ‘líos’ le gustaban tan poco como a Feijóo, y, aunque no lo recuerdo citando libros, sí le oí discursos que llevaban el sello inconfundible del hombre familiarizado con la literatura. Como era un cachondo (lo egoísta no quita lo ingenioso), simulaba leer solo el Marca. A mí me caía bien a pesar de todo lo que no hizo. No importa cómo nos caiga Feijóo si acaba haciendo lo que debe.