El casi aplastante voto favorable habrá que agradecérselo a la responsabilidad de los ciudadanos más que a los partidos políticos, porque ésta ha sido una campaña a favor del sí insuficiente, precipitada por parte del Gobierno y especialmente anémica por parte del Partido Popular.
El suspiro de alivio se debió escuchar en casi toda Europa. España había superado el trance, no con brillantez (un 42,3% de participación debería dar origen a una seria reflexión para el futuro y moderar cualquier ánimo eufórico del Gobierno) pero sí con cierta compostura. Sobre todo porque no estuvo claro hasta el final que se consiguiera rebasar ese fatídico listón. Quedar por debajo del 40% hubiera sido una auténtica catástrofe cara a los otros nueve referendos que se celebrarán después del nuestro en otros tantos países de la Unión. España era la primera y logró desenvolverse con decoro gracias al casi aplastante voto favorable (76,7% frente a un 17% de noes). Habrá que agradecérselo al esfuerzo y responsabilidad de los ciudadanos más que a los partidos políticos porque, superado el trance, hay que insistir en que ésta ha sido una campaña a favor del sí insuficiente, precipitada por parte del Gobierno y especialmente anémica por parte del Partido Popular y de los partidos nacionalistas moderados, incapaces de subordinar sus intereses estrictamente particulares a la defensa de una opción europea con la que, sin embargo, se han venido identificando desde hace años.
Ha sido realmente una ocasión perdida, una ocasión desaprovechada por parte de todos estos partidos para impulsar y animar ese gran sentimiento europeísta que, pese a todo, y a trancas y barrancas, sigue conservando, a lo que se ve, una buena parte de este agradecido país.
Las conferencias de prensa de anoche reflejaron hasta la náusea esa ansia partidista: los socialistas se esforzaron en ignorar la baja participación, como si el resultado del 42,3% hubiera superado todas sus expectativas. Y el líder del PP, Mariano Rajoy, pareció por el contrario relamerse de puro placer ante esa escueta participación, ignorando que o bien sus propios votantes no le han hecho el menor caso cuando solicitaba el sí o bien ha consentido una campaña engañosa y flácida, en la que la poderosa organización de su partido se ha mantenido escrupulosamente al margen. Tanto Rajoy como quienes le acompañaron anoche sabían perfectamente que si el Partido Popular hubiera mantenido una actitud menos obscena, el porcentaje de participación habría superado el 50%.
De lo que no deberían dudar los otros países de la UE es del espíritu europeísta de la mayoría de los españoles, porque incluso buena parte del voto negativo (17%) corresponde a un sector que no es, en absoluto, «euroescéptico» sino que rechaza la Constitución precisamente por lo contrario: por creer que es «insuficiente» o poco federalista. Que Izquierda Unida (IU) quiera adjudicarse en exclusiva el voto del no, como pretendió anoche Gaspar Llamazares, sería injusto porque también tienen derecho a reclamarlo los nacionalismos más radicales, como Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y la ilegal Batasuna. Casi milagrosamente, el presidente de la Generalitat, Pasqual Maragall, ha salido indemne de este referéndum, especialmente difícil en estos momentos. El PSC, angustiado con los problemas de Barcelona, no hizo prácticamente campaña a favor del sí, mientras que sus socios de Gobierno (ERC e ICV) llegaron incluso a organizar un envío masivo de cartas solicitando el no. Aun así, los catalanes respaldaron la Constitución europea con un 65% de los votos emitidos (frente al 27% del no). Un gesto notable.
Soledad Gallego-Díaz, EL PAÍS, 21/2/2005