- Cuando este fiscal general se tenga que marchar envuelto en la vergüenza, el autócrata enloquecido buscará y encontrará otro a la medida de su arbitrariedad y de su proverbial carácter autoritario
Algunos fiscales están que trinan porque Sánchez lo ha vuelto a hacer. Habrán sido centenares, si no miles, los reproches al autócrata enloquecido desde aquella triste afirmación entre interrogantes arrogantes, no discutida por el entrevistador: «La Fiscalía, ¿de quién depende?» Pues bien, ha vuelto a referirse al fiscal general (me da cosilla ponerle mayúsculas) como alguien suyo, o quizá algo suyo. Viene en el posesivo «su» (del Gobierno, ergo de él, de Sánchez). Es de rigor subrayar las siguientes anomalías, que exigen ulterior examen: una, Sánchez no aprende y mantiene su erróneo concepto sobre la Fiscalía; dos, lo erróneo se impone siempre que el Ejecutivo así lo desee y no encuentre contrapeso; tres, un adjetivo posesivo ofende a un cuerpo, o al menos a su asociación mayoritaria, más que su efectiva supeditación ilícita, ilegítima e infamante (por seguir la irritante regla de las tres íes que tanto plugo al zapaterismo). Cada anomalía merece comentario, que no será exhaustivo y sí ligeramente caprichoso. Voy.
Sánchez no aprende porque no quiere. Puede haber aprendido allí donde lo correcto le reporta más beneficios que lo incorrecto. Por ejemplo, pasar por delante del Rey en los actos oficiales, o posar en la punta de una formación de uniformados en uve no es buena idea. Ha aprendido a contenerse cuando su natural expansivo le incita y le invita a hacerse el jefe hasta la desmesura. No ha aprendido porque sea importante el protocolo, mantener las formas, sino porque alguien le ha hecho ver que estas expansiones le agañanan o gañanizan, verbos que no existen pero debieran existir. Nada parecido sucede con mantenerse en el otro error, puesto que la Fiscalía sí que hace lo que se le manda, siempre y cuando el fiscal general posea, claro está, una naturaleza lacayuna.
Segunda anomalía: esta imposición y perpetuación de lo erróneo, y aun de lo aberrante, cuando no hay resistencias. Si la democracia es un sistema de equilibrios y contrapesos entre los poderes del Estado, entonces España ha dejado de ser democrática. O está a punto de dejar de serlo tan pronto como el régimen tuerza el brazo a los jueces en los casos que salpican al entorno del autócrata enloquecido. Así, el concepto de fiscalía de Sánchez podrá ser erróneo desde el punto de vista teórico, pero desde el práctico solo ofrece ventajas. Y no hay mecanismo que lo enderece.
La anomalía de la falta de resistencias efectivas. La Fiscalía es parte del poder judicial, y llegados al punto actual de desprestigio, hasta los más pegajosos sanchistas deberían percibir un indefinido y tenebroso peligro en seguir por esa senda, una sensación de que vas a pasar a la historia como uno de los que destrozó el sistema del 78. Y una intuición de que eso no puede salir gratis. Sin embargo, cuando este fiscal general se tenga que marchar envuelto en la vergüenza, el autócrata enloquecido buscará y encontrará otro a la medida de su arbitrariedad y de su proverbial carácter autoritario.