Syriza y las opciones de Grecia

JOSU DE MIGUEL BÁRCENA, EL CORREO – 27/01/15

· El reto de Tsipras ahora es pasar de la retórica a los hechos. La solución al drama griego puede pasar por la enésima reforma de la gobernanza económica europea.

Se han cumplido los pronósticos y Syriza ha ganado las elecciones griegas rozando la mayoría absoluta. Muchos titulares de prensa ponen en evidencia la forma en la que la crisis ha servido para reorientar aún más las opiniones públicas en un sentido nacional y a simplificar los mensajes comunicativos. En este sentido, todo el proceso electoral heleno se ha montado sobre un doble eje: Europa es la austeridad que humilla a sus ciudadanos y Syriza es la esperanza para que los desfavorecidos puedan recuperar la dignidad perdida. Y es que para volver a asaltar el cielo del Estado social por lo visto solo hay que poner a funcionar el principio democrático, como si los griegos (y el resto de los europeos) nunca hubieran votado antes y durante la crisis.

Ocurre que como ya explicó el sociólogo recientemente fallecido Ulrich Beck, las sociedades contemporáneas son globales y complejas. Los problemas no se resuelven solo votando y cambiando de gobierno. Rajoy, Samarás y otros políticos que han tenido que cargar con las quiebras fiscales de sus países no forman parte de una conspiración internacional encargada de destruir sus propias sociedades por puro placer. Fueron elegidos por sus ciudadanos para gestionar una crisis económica estructural, que está reordenando, sin dirección política alguna, los momentos productivos del capitalismo globalizado. Syriza y Tsipras constituyen una variante más de esta tendencia, aunque su novedad radica en que parecen dispuestos a ir hasta el final en sus amenazas: o hay quita de deuda y cambian las condiciones de los rescates, o rompemos la baraja europea.

Constitucionalmente, Grecia puede salirse de la Unión Europea (UE). Así lo establece el art. 50 del Tratado de la Unión. Sería un procedimiento complejo, pero no requiere la invocación de causa alguna, por lo que el Estado griego podría iniciar un proceso de secesión del sistema político comunitario. Se cumpliría así el sueño de los economistas que invocan el keynesianismo de la década de 1960 para solucionar los problemas de una sociedad que descubrió la existencia del catastro en el año 2011. Con moneda propia y una recuperación de la competencia exterior, se recobraría el empleo y aumentarían los ingresos fiscales para reorientar las políticas sociales. Nadie con dos dedos de frente se cree este tipo de automatismos, pero como ha señalado el siempre acertado Iñigo Domínguez en sus recientes crónicas desde Atenas, en los grandes momentos históricos, las naciones piensan de forma primaria.

En el otro lado se encuentran algunos políticos y comentaristas que afirman que se puede expulsar a Grecia del euro si no cumple con sus compromisos. Pues bien, como recordó recientemente la Comisión Europea, la moneda única es irrevocable, así lo reconoce implícitamente el art. 140 del Tratado de Funcionamiento de la Unión. Solo una reforma multilateral de las normas constitucionales comunitarias podría permitir una salida ordenada de un Estado miembro del eurosistema. Y desde luego, cualquier operación que implicara la suspensión de facto de la pertenencia de Grecia a dicho club se haría al margen del derecho europeo. Las exigentes normas que regulan el gobierno de la economía en la UE tienen que funcionar para todas las partes implicadas en el mismo, no solo para el Estado miembro que potencialmente pueda llegar a incumplirlas.

La presunción de escenarios extremos indica que hay algo de explosivo en la victoria de Syriza y en lo que ello supone para la estabilidad europea. Desde que estalló la crisis, la UE ha dado pasos importantes para politizar la moneda única y mutualizar parcialmente los problemas originados por los posibles impagos de la deuda pública. Este proceso de federalización no ha resuelto, sin embargo, las contradicciones que desde el punto de vista de la soberanía popular se podían producir en los países materialmente rescatados: las elecciones y los gobiernos pasaban, pero las condiciones impuestas por actores supranacionales no cambiaban, por lo que el principio de responsabilidad política, proyectado en el cumplimiento de un programa partidista, ha terminado por perder todo su sentido. Así las cosas, era cuestión de tiempo que en alguno de los países rescatados surgiera alguna formación política que con opciones reales de gobierno prometiera romper este círculo vicioso.

El reto de Tsipras ahora es pasar de la retórica a los hechos. La solución al drama griego puede pasar por la enésima reforma de la gobernanza económica europea, que desde 2008 se ha ido construyendo a golpe de sobresaltos. La victoria de un partido de extrema izquierda y la consiguiente demanda de una mayor flexibilidad en la devolución de la deuda o la reducción de sus intereses es un acontecimiento descontado por los actores envueltos en el rescate a Grecia, por lo que parece que habrá negociación y cumplimiento de las obligaciones de quien depende de otros para llegar a final de mes. Ahora bien, constituiría un error perseverar en el camino del nacionalismo metodológico, culpando a terceros de los fallos sistémicos de un país que durante años se engañó a sí mismo para seguir viviendo el sueño del Estado del bienestar. Por esta vía, se terminará comprobando si detrás de la democracia de consigna, las utopías académicas y las tertulias televisivas se encuentra la felicidad material de los pueblos. La espiritual, por el momento, parece plenamente satisfecha.

JOSU DE MIGUEL BÁRCENA ABOGADO Y PROFESOR DE DERECHO CONSTITUCIONAL, EL CORREO – 27/01/15