Raúl Vilas-Libertad Digital
Tabarnia no es una broma. Es una idea bastante más seria que el 99 por ciento de lo que dicen y escriben sobre Cataluña y el nacionalismo los mismos que despacharon esta genial iniciativa como si fuese una bobada. Lo que sí es estúpido, por ejemplo, es decirle a Arrimadas que tiene que presentarse a la investidura de un Parlamento que tendría que estar disuelto, elegido en unas elecciones que no tendrían que haberse celebrado y después de un golpe de Estado promovido por unas instituciones que tendrían que estar suspendidas en sus funciones sine die. Puestos a hablar de chorradas, plantear que ‘ganar’ un debate en ese pseudoparlamento para perder la investidura va a cambiar algo en Cataluña se lleva la palma.
Después de cuarenta años de despotismo racista y cinco de abierta rebelión golpista resulta incomprensible que se siga planteando el futuro de Cataluña en términos de pacto y no de combate. Precisamente el maldito apaciguamiento que se ha practicado desde Madrid en estas décadas ha permitido al separatismo engordar de tal manera que hoy en día es inviable que Cataluña se convierta en algo distinto a lo que es. No se puede llegar a ningún acuerdo con un movimiento supremacista absolutamente enloquecido que no responde a ningún criterio de racionalidad.
La ficción no es Tabarnia, es Catalunya. Lo que se opone a la razón no es Tabarnia, es una nación catalana cuya existencia es indefendible desde la racionalidad y un estudio minimamente riguroso de la historia. Lo que hoy es la autonomía catalana se ha asentado sobre una despreciable doctrina etnicista que parte de la idea de que la raza catalana está en peligro de extinción por la invasión de inmigrantes españoles. Busquen algún dirigente o diputado separatista, en los últimos cuarenta años, que se apellide García, el apellido más común en Cataluña y no lo encontrarán. Francisco Caja en ‘La raza catalana’ aborda esta cuestión y cierra cualquier debate: la Catalunya actual y oficial se funda sobre una base puramente racista y un ejercicio totalitario del poder. Punto.
El argumento más ‘elaborado’ que he leído contra Tabarnia es que supone hacer lo mismo que se critica de los separatistas. Es de un infantilismo bochornoso. Sería algo así como criticar el uso de la fuerza contra los nazis, porque ellos también la empleaban. En estos términos, Tabarnia sólo podría entenderse como legítima defensa. Pero además es falaz. Cataluña y España no son equiparables. La nación española es una realidad histórica, cultural, social y política indiscutible desde la razón. Su unidad es, por tanto, un valor en sí mismo. La ‘nación catalana’ es una ficción folclórica y racista. Las instituciones catalanas tienen una legitimidad de origen, cierto, pero ésta les fue otorgada por el cuerpo soberano, el pueblo español, que es la única fuente legitimidad en nuestro Estado de Derecho. Y en el ejercicio despótico y liberticida del poder los separatistas han despojado a la autonomía catalana y sus instituciones de cualquier atisbo de legitimidad. No caben paralelismos.
Una vez que el separatismo ha optado por el golpismo y la convivencia ya ha saltado por los aires no se me ocurren más alternativas, que no supongan seguir mareando la perdiz o rendirse, que romper esta Catalunya construida por los tractores del racismo y el odio. Más allá de su configuración territorial o su futuro estatus político dentro del Reino de España, la gran aportación de Tabarnia es abandonar de una vez esa idea buenista y estúpida, valga la redundancia, que tanto gusta a periodistas y periodistos de Madrid, de que hay que pactar con los nacionalistas para lograr «una Cataluña en la que todos quepan». Pues no. Claro que no. Ni es deseable ni en ninguna sociedad libre y abierta tiene cabida una ideología como la que votan la mitad de los catalanes, por muchos que sean. Yo no quiero convivir ni compartir nada con ellos. Los españoles que viven en Cataluña no tienen que negociar su libertad ni pactar sus derechos con esa horda de energúmenos tractorizados. Ya existe una nación abierta en la que cabemos todos y se llama España. Lo que toca es pasar al ataque y defenderla sin complejos y para eso Tabarnia es una herramienta mucho más eficaz, en las circunstancias actuales, que ganar unas elecciones autonómicas.