JON JUARISTI – ABC – 26/02/17
· Contra todo lo previsible, está apareciendo una literatura española no sectaria.
Me ha presentado a Borja Ortiz de Gondra un amigo común. Borja, que acaba de arrasar en el Centro Dramático Nacional con su drama Los Gondra (una historia vasca), pertenece a mi generación según el modelo orteguiano, pero por los pelos (le llevo catorce años), lo que explica que no nos hayamos conocido en nuestro Bilbao natal ni en Guecho, donde ambos vivimos durante largas temporadas.
Lo que sorprendió al amigo, también bilbaíno, que nos presentó el pasado viernes es que tanto Borja como yo fuéramos perfectamente conscientes de compartir una historia familiar. En los primeros sesenta del pasado siglo, cuando Borja no había nacido aún (estaba a punto), mi tía abuela Concha Gondra visitaba a menudo a sus cuñados Juaristi –mi abuelo y sus dos hermanas ya nonagenarias– con los que yo vivía. La tía Concha, también tía abuela de Borja, fue una figura entrañable de mi infancia.
La tía Concha era viuda de un hermano de mi abuelo, José María Juaristi Landaida, un importante político tradicionalista que había sido asesinado en Bilbao durante el asalto de las turbas a la cárcel de Larrínaga y conventos habilitados como prisiones en enero de 1937. De modo que, al menos en este caso, una misma violencia asesina golpeó a las dos familias, Gondra y Juaristi. Los Gondra eran carlistas. Mi abuelo, nacionalista vasco. Pero la relación estrechamente fraternal de mi tía Concha con su cuñado y cuñadas nunca se rompió.
El primer ayuntamiento del PNV en la Transición quitó el nombre de José María Juaristi al modesto callejón del Casco Viejo que había dedicado a su memoria el primer ayuntamiento franquista de la Villa. Tal gesto inauguraba una exclusión: la de la memoria de las víctimas de los crímenes de guerra perpetrados en y por el bando republicano. Si alguien se empeñara en vindicar su recuerdo, quedaba tácitamente avisado. Ya sabía, sobre todo en Euskadi, a lo que se estaba exponiendo.
Borja no es ni ha sido carlista, lo que no impide que haya tomado a su familia Gondra como paradigma literario para contar la historia del sufrimiento de las víctimas de la «exclusión democrática» perpetrada sistemáticamente por el nacionalismo vasco y la izquierda hasta hoy mismo. No es casual, supongo, que el estreno de Los
Gondra haya coincidido con la publicación del último «relato real» de Javier Cercas, El monarca de las sombras (Random House), recuperación cordial y piadosa de la historia de su tío abuelo falangista, Manuel Mena, muerto en combate en la batalla del Ebro a los diecinueve años, como alférez provisional de los Tiradores de Ifni.
A mí, estas obras de Ortiz de Gondra y de Cercas me parecen especialmente valiosas porque atacan directamente el tabú maniqueo que el antifranquismo sobrevenido ha impuesto sobre la narrativa de la guerra civil. Ortiz de Gondra piensa que la demanda de este tipo de literatura está creciendo porque las generaciones más jóvenes quieren conocer lo que la «historia oficial» (usa estas mismas palabras) ha ocultado desde la Transición. Con todo, y sin negarlo, creo que en mi generación hay escritores adelantados en lo de arremeter contra esa manipulación sectaria del pasado denominada Memoria Histórica, precisamente porque conocen muy bien la historia ocultada. Sin ir más lejos, Andrés Trapiello (Ayer no más) o Mikel Azurmendi (En el Requeté de Olite).
Ninguno de los autores mencionados en esta columna es una nueva edición de Rafael García Serrano. Pero seguro que no faltará algún imbécil con cargo al presupuesto que los acuse de «desfachatez», el nuevo mantra progre.
JON JUARISTI – ABC – 26/02/17